—Pues claro que lo tengo, nunca
vengo sin uno. ¡Que me parta un rayo si algún día lo hiciera! Vamos a ver:
¿cuál es el libro que tiene más personajes, pero menos trama que ninguno?
Rémy se puso a pensar. Tampoco
Clémentine pudo evitar hacer lo propio.
Pero no pensaban en lo mismo.
La joven había recordado otro
té: el del Sombrerero Loco, en el que planteaba una adivinanza a Alicia: «¿En
qué se parece un cuervo a un escritorio?».
Alicia se rindió, y Clémentine
esperaba que Rémy no hiciera lo mismo, porque Alicia no le entusiasmaba, pero
estaba empezando a coger mucho cariño al niño.
A ella no le apasionaba mucho el
libro Alicia en el país de las maravillas y no sabía si dependía de lo que le
contó su padre acerca del libro, o del escritor, o acerca de la propia
historia. Sin duda era un libro demasiado onírico, y consideraba forzado ese
mundo de maravillas inventado por Lewis Carroll. Más que maravillas le parecían
pesadillas grotescas, en las que no intervenía la poesía. Pero esta era una
opinión personal que no tenía repercusiones sobre las ventas del libro, ni
sobre la fama del autor.
—¿Estás bien, Clémentine?
—preguntó la madre.
—Sí, muy bien; estoy emocionada
por vuestra acogida y me siento muy afortunada al teneros como vecinos.
Rémy habría dicho algo en ese
momento, si no hubiera estado concentrado en pensar.
La abuela contaba los puntos, la
madre ponía la tetera en el fuego, Hector observaba a Rémy, y a Clémentine le
parecía que estaba viviendo en un libro.
Vistos desde fuera, lo estaban.
El niño arrugaba la nariz y no
se rendía, sino que intentaba algunas respuestas dictadas por el sentimiento y
no por la razón.
Clémentine recordó que cuando
Alicia se rindió, el Sombrerero Loco admitió que él mismo no conocía la
respuesta. He aquí por qué Lewis Carroll no le convencía. No se puede crear un
personaje que provoca que una niña que espera una respuesta sufra. Los críticos
que idolatraban al autor pensaban que todo ello formaba parte del juego y de su
personaje, pero ella consideraba extremadamente incorrecta esa actitud.
Entonces comprendió por qué se
le había ocurrido todo esto: Hector, aunque apenas lo conocía, nunca habría
jugado sucio con Rémy; por tanto, aquel no era un té de locos, sino de gente de
bien, como decía la abuela.
Cristina Petit, Algo Parecido al Verdadero
Amor
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