Banderillero
desganado.
Las guedejas del
sueño cubren tu ojo derecho.
Te quedaste dormido
con los brazos alzados,
y un derrote de Dios
te ha atravesado el pecho.
Un piadoso pincel
lavó con leves
algodones de luz tu
carne herida,
y otra vez la
apariencia de la vida
a florecer sobre tu
piel se atreve.
No burlaste a la
muerte. No pudiste.
El cuerno y el
pincel, confabulados,
dejaron tu derrota
confirmada.
Fue una aventura
absurda, bella y triste,
que aún estremece a
los aficionados:
¡qué cornada, Dios
mío, qué cornada!
Ángel González
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