Esta novela
corta de Elia Barceló es, ante todo, una bellísima historia de amor.
Cuenta la relación entre un muchacho de diecinueve años y una mujer madura
marcada por una relación de juventud con un hombre mayor que ella. Veinticinco
años más tarde, camino de Nueva York decide pasar una noche en Villasanta de la
Reina, su pueblo. Pero algo extraño va a ocurrir, pues, al fin y al cabo, su
tierra es el país de las leyendas, según su eslogan turístico.
Ambientada en
Umbría, territorio imaginario y mágico creado junto a Elia por César
Mallorquí, Julián Díez y Armando Boix, la acción se
desarrolla en tres tiempos: la España de los cincuenta, la de los setenta y el
último año del siglo XX. Con una prosa sutil y pausada, la autora plantea en
esta breve e intensa novela cuestiones fundamentales como el paso del tiempo,
la pasión, la identidad y la imposibilidad del amor.
La
edición, que ha sacado hace poco Roca Editorial, añade unas páginas inéditas
del cuaderno de su protagonista, Celia Sanjuán; un texto que aporta un nuevo
punto de vista a esa extraña historia de amor
Con
una prosa sencilla, muy cuidada, llena de sentimientos, pues ellos son los que
importan, Elia Barceló nos cuenta esta historia de encuentros y desencuentros
amorosos entre una Celia madura y el muchacho, entre una joven Celia y un Pablo
mayor que quiere recobrar lo que perdió, pero lo malo es el tiempo, ese tiempo
que todo lo acerca y destruye. La obra se centra en ellos dos, en Celia, que en
los 50 se encontró sola ante el altar, hecho que le va a marcar ante su
comunidad, y que no va a renunciar a su amor por Pablo, y en el muchacho, en
Pablo, que en los 70 se verá subyugado por la belleza, por el misterio que
rodea a Celia, a pesar de que se lo advierten
«Yo creo que aún lo espera —dijo
mamá al terminar su historia—. Ha rehecho su vida en cierto modo, ya lo sé. Ha
salido al extranjero, ha leído mucho, cose unos vestidos que ya quisieran las
mejores tiendas de la capital, pero nunca ha encontrado a un hombre como el que
perdió. Y yo creo que, en secreto, en el fondo de su corazón, lo espera aún.
Esa mujer no es para ti, hijo. Aparte de que podría ser tu madre, esa mujer
tiene dueño. Y si te empeñas en lo que no puede ser, te matará.»
Ambos,
Celia y Pablo, llevados por su pasión, queriendo encontrar su perdido amor,
convierten Nueva York en un nuevo territorio mítico, en su propia Tierra
Prometida, donde esperan volver a encontrarse, que ocurra ese milagro que solo
lo permiten las leyendas. Por eso, esa cita en la que no han quedado en el
Empire State Building, como hemos podido ver en el cine (Algo para recordar,
con Tom Hanks y Meg Ryan, o la esplendida Tu y yo, con Cary Grant y Deborah
Kerr).
Significativo
y evocador el comienzo de la novela, que nos trae la canción Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen:
Las cuatro de la mañana. Últimos
de diciembre.
Escribo ahora para mí, a mano,
con mi menuda letra de orfebre, en este piso recién alquilado, semivacío,
mientras la nieve cae mansamente tras de los cristales sobre esta calle
Clinton, en la que ya no suena la música de la que hablaba Cohen. Escribo para
mí. No hay nadie más. No hay nadie más ahora que no está Celia.
He consumido tres cigarrillos
buscando las palabras, el principio, el arranque de esta historia que hoy me
cuento, pero ¿dónde encontrarlo? ¿Cómo? ¿Cómo, si no hay principio, y el final
que marcó mi vida, ese final de hace tantos años, está a apenas seis días de
esta madrugada neoyorquina?
Los recuerdos acuden enfurecidos,
luchando por imponerse al desorden de mi mente, y se confunden en un magma
vidriado que apenas deja entrever los contornos de lo que fue.,
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