In Memorian
Antonio Buero Vallejo
(29 – 9 -1916 // 29 – 4 -2000)
A MARTILLAZOS
¡Llevo treinta
años presenciando una comedia que no entiendo!... ¡Levanta! (Leocadia queda en pie, jadeando en el
silencio. Duaso le pone a Goya una mano en el hombro y le insta a que atienda,
luego escribe, sin sentarse.) No. Por nada tengo que pedir perdón. (Arrieta lo mira. Leocadía intenta atisbar lo
que Duaso ha escrito. Goya va a apartarla.) ¡No metas tú la nariz! (Duaso lo detiene e indica con un gesto de
aquiescencia que Leocadia puede leer también. Luego sigue escribiendo.) ¿Es
un chiste? (Duaso lo mira, sorprendido.)
¿Pedir perdón por Ias faltas que él cree que hemos cometido, aunque no las
haya? Que le arreglen otros Ias carambolas en su billar. Yo no pondré la cabeza
junto al taco. (Duaso escribe.)
Conforme. Siempre cometemos faltas. ¡Pero contra Dios! Perdón, el de Dios, no
el del narices. (Duaso menea la cabeza
con pesar. Arrieta traza rápidos signos de advertencia.) Gracias, doctor.
No hay cuidado. ¡No me humillaré ante el rey! (Leocadia, se aparta consternada.
Duaso escribe y Goya lee.) ¿Qué? (El pintor
rompe a reír y pasea. Leocadia corre a la mesa para leer.) Conque el
derecho divino, ¿eh, paisano? (Duaso
asiente.) La sumisión a la autoridad real, aunque sea injusta, pues Dios ha
dispuesto que los monarcas hereden por la sangre el mando de sus reinos. ¿Doctrina
de la Iglesia? (Duaso lo mira fijamente,
sin responder.) ¿Qué le parece, Arrieta? (Arrieta señala al padre Duaso, inhibiéndose.) Padre Duaso, usted no
es un curita de aldea, sino un sabio lingüista a quien aguarda un sillón en la
Academia. Usted no cree eso. (Duaso
afirma con energía.) ¿Sí?... ¿ Y le consta si la sangre de nuestro
amadísimo Fernando es la de su antecesor el rey Carlos? (Con los labios apretados, Duaso escribe.) ¡Pues yo sí me atrevo a
pensar mal! (Nervioso, Duaso empieza a
escribir.) Dé por cierto que nuestra Virgencica del Pilar no creyó en la
virtud de la reina María Luisa. (Muy
contrariado, Duaso arroja el lápiz y da unos pasos. Leocadia gesticula,
rogándole que perdone al pintor su irreverencia, y mira a Goya con
desesperación.) Perdone. No quise ofenderle. (Duaso lo mira con tristeza. Con un gesto, Duaso declara no entender.
Goya se acerca, amigable, y le toma de un brazo.) Paisano, aunque quisiera
humillarme ante el rey, no podría. Le desobedecería. (Duaso se detiene y lo mira extrañado. Arrieta se levanta.) En el
14, cuando cometimos la barbaridad de traer entre todos al “ deseado” , sí que
volví a Palacio. ¿ Y sabe lo que me espetó? Primero, que yo merecía la horca...
Y luego, con esa sonrisita suya..., me mandó que no me pusiera ante sus ojos
mientras él no me llamara. (Duaso lo mira
un segundo y corre a escribir, llevándolo de un brazo. Goya lee.) Se lo
agradezco, pero no interceda. (Duaso
escribe.) No, y ésa es mi desgracia. El puede hasta olvidarse de su deseo
de que yo me humille, mientras lo espera. Y yo no puedo olvidar que estoy en
sus manos, porque el disfavor real destruye a un vasallo aunque el rey no lo
recuerde. Pero, agazapado en esta casa..., tal vez logre que no piense en mí. (Alarmada, Leocadia traza signos.) No
ofendas al padre, mujer. Un baturro no vende a otro baturro. Por eso puedo
decirle[a mi paisano lo que me entristece verle al servicio de tan mala causa. (Duaso escribe con el rostro nublado. Goya
sigue hablando.) Cuando el país iba a revivir lo han adormecido a
trancazos, a martillazos... (Duaso lo
mira agudamente. Goya lee.) Cierto. También nosotros hemos sido muy brutos.
Pero no era lo mismo. (Duaso escribe algo.)
¿Qué? (Duaso señala a lo escrito.)
Pude igual decir... a garrotazos. (Duaso
deniega y escribe. Goya lee y se aparta, sombrío.) Claro que sé quién fue don
Matías Vinuesa. El cura de Tamajón. (Pasea.
Duaso ío mira fijamente.) Un tontiloco empeñado en ensangrentar al país...
Eso no me lo negará, aunque vistiese sotana como usted. (Duaso ha escrito entretanto y le señala el papel. Goya lee de mala gana.)
[A qué lo pregunta? Lo sabe igual que yo. Eran días de peligro, asaltaron la
cárcel y lo mataron. (Duaso escribe una
sola palabra. Goya titubea.)... A golpes. (Duaso deniega. Una pausa. Goya baja la voz.) Lo mataron a
martillazos. (Una pausa) ¡Pero yo no lo maté, ni tampoco seguí aquella horrible
moda del bastón con el martillito en el puño! (Duaso escribe.) Sí, una moda liberal, pero... (Duaso escribe.) ¡Sí! Soy liberal. (Se miran) Es cierto. El crimen
nos acompaña a todos. (Una pausa.)
Queda por saber si hay causas justas. aunque ias acompañe el crimen. (Duaso lo mira.) Vaya trampa, ¿eh, paisano?
Porque si me responde que el crimen borra toda justicia, entonces la causa a
que usted sirve tampoco es justa. Y si me dice que sí las hay, tornaremos a
disputar por cuál de las dos causas es la justa... Así. (Señala a la pintura.) Dios sabe por cuántos siglos todavía. (Se vuelve hacia el frente. Una pausa.)
He pintado esa barbarie, padre, porque la he visto.
Y después he pintado ese perro solitario, que ya no entiende nada y se ha quedado sin amo... Usted ha visto la barbarie, pero sigue en la Corte, con su amo... Soy un perro que quiere pensar y no sabe. Pero, después de quebrarme los cascos, discurro que fue así: Hace muchos años alguien tomó a la fuerza lo que no era suyo. A martillazos. Y a aquellos martillazos respondieron otros, y a éstos, otros... Y así seguimos. Martillo en mano. (Duaso se dirige a la mesa. Leocadia le imp1ora en silencio. Duaso escribe. Sin acercarse. Goya habla.) No insista, padre. No volveré a Palacio . (Leocadia traza signos, suplicante.) Para salir a Francia es menester el permiso regio. No voy a cruzar los Pirineos como un matutero. (Leocadia señala a Duaso, indicando que el sacerdote lo podría conseguir. Goya deniega. Duaso escribe y le ruega que lea. Goya lo hace.) No, padre, Gracias, Pasaremos aquí la Nochebuena y nada sucederá. Con el nuevo año. decidiremos. ¡Pero antes, acabaré estas pinturas! (Duaso escribe y le toca un brazo. Goya lee y acusa repentina alegría.) ¿De veras vendrá la víspera de Nochebuena? (Duaso asiente, risueño.) ¿Y por qué no pasa esa bendita noche con nosotros? ¿Fh, Leocadia? (Leocadia disimula mal su contrariedad desde que ha comprendido que el padre. Duaso acepta la permanencia del pintor en la quinta.) ¡Habrá buenos turrones, y buen piñonate, y un vinillo de la tierra que es pura miél! ¡Y zambombas y panderos que rompen los vidrios!
Y después he pintado ese perro solitario, que ya no entiende nada y se ha quedado sin amo... Usted ha visto la barbarie, pero sigue en la Corte, con su amo... Soy un perro que quiere pensar y no sabe. Pero, después de quebrarme los cascos, discurro que fue así: Hace muchos años alguien tomó a la fuerza lo que no era suyo. A martillazos. Y a aquellos martillazos respondieron otros, y a éstos, otros... Y así seguimos. Martillo en mano. (Duaso se dirige a la mesa. Leocadia le imp1ora en silencio. Duaso escribe. Sin acercarse. Goya habla.) No insista, padre. No volveré a Palacio . (Leocadia traza signos, suplicante.) Para salir a Francia es menester el permiso regio. No voy a cruzar los Pirineos como un matutero. (Leocadia señala a Duaso, indicando que el sacerdote lo podría conseguir. Goya deniega. Duaso escribe y le ruega que lea. Goya lo hace.) No, padre, Gracias, Pasaremos aquí la Nochebuena y nada sucederá. Con el nuevo año. decidiremos. ¡Pero antes, acabaré estas pinturas! (Duaso escribe y le toca un brazo. Goya lee y acusa repentina alegría.) ¿De veras vendrá la víspera de Nochebuena? (Duaso asiente, risueño.) ¿Y por qué no pasa esa bendita noche con nosotros? ¿Fh, Leocadia? (Leocadia disimula mal su contrariedad desde que ha comprendido que el padre. Duaso acepta la permanencia del pintor en la quinta.) ¡Habrá buenos turrones, y buen piñonate, y un vinillo de la tierra que es pura miél! ¡Y zambombas y panderos que rompen los vidrios!
Antonio Buero Vallejo, El Sueño
de la Razón
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