A veces les alarga la vida el amor.
En tales ocasiones, los muertos, tras morir, perviven en el
corazón de quienes los amaron y los recuerdan, que se convierten así en espejo
temporal de su memoria sobre la tierra, en eco emocional de sus espíritus, que
rebota frágil y desesperanzado, pero vivo, contra las paredes de piedra del
olvido.
Si fuiste amado, los latidos de tu corazón ya intangible se
alargarán como sombras de caminante solitario que busca regresar a casa antes
de que se cierna la noche.
Si amaste, vivirás. No para siempre, porque el ser humano es
incompatible con la magnitud de esa palabra, pero sí más allá de tu propia
muerte.
Serás un muerto que no haya muerto cuando haya muerto.
Pero ¿y si nunca amaste? ¿Si caminaste sobre la tierra de
puntillas, sin resuello y acobardado ante la idea del amor al acecho?
Dedico este libro a la memoria del viejo Max, que cuando yo
termine de escribir tendrá toda la larga muerte por delante, y lo dedico
también al futuro de la joven Zara, a quien aguarda una vida nueva ahí mismo,
tras la esquina.
Max y Zara vinieron de la guerra, pero de guerras distintas
acaecidas en tiempos distintos.
Max y Zara vinieron impulsados por el amor a la vida, pero eran
formas de amor a la vida distintas, y puede que contradictorias.
Me crucé en su camino sin haber hecho nada por merecerlo. Pero la
historia que viví junto a ellos, cuyos sucesos esenciales tuvieron lugar en
poco más de veinticuatro horas, aunque también podría decirse que abarcaron
casi todo el siglo XX y recorrieron el planeta de punta a punta, late en mi
interior como si tuviera corazón propio, y siento la irrenunciable obligación
moral de contarla.
Escribir libros es, al fin y al cabo, mi trabajo, y escribiendo
uno me encontraba cuando tuve la primera noticia sobre Max.
En realidad, decir que escribía un libro es inexacto. Lo que hacía
era empezar a escribirlo, cosa que es bien diferente, como sabe bien todo el
que haya escrito alguna vez un libro o lo haya intentado. Parafraseando a Mark
Twain, cuando reflexionaba humorísticamente sobre el hábito de fumar, diré que
empezar un libro es –como dejar de fumar– muy fácil, facilísimo.
Fernando
Marías, Zara y el Librero de Bagdad
PREMIO GRAN ANGULAR 2008
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