Por la
descripción del paraíso, y la ceguera de Tobías y por el viaje de Jonás alojado
en el vientre de una ballena.
Por las
aventuras de Ulises a través de un mar color de vino y por la explicación de
sus hazañas hasta que pudo regresar a Ítaca.
Por las
enseñanzas de Virgilio acerca del tiempo que nos huye, irremediable, y, cómo
no, por las de Horacio, que nos animó a disfrutar del momento que pasa y a
llevar una vida retirada y modesta.
Por los
jardines y fuentes de los versos árabigos, porque evocan la pérdida del inmenso
desierto.
Por la flor
del cerezo y la luna y el río, y por los pabellones y por las batallas que
cantan los poemas de los clásicos chinos.
Por el amor
que ha abierto las murallas de todos los castillos de la historia y por los
trovadores que inventaron el modo de asaltarlas.
Por las coplas
escritas a la muerte del padre, y las noches oscuras y la senda escondida, y la
hermosa locura que inventó Don Quijote.
Por el
descenso a los infiernos donde habitan los monstruos y el ascenso a los cielos
donde viven los ángeles.
Por la busca
del tiempo que creímos perdido en la patria feliz de la infancia.
Por los
cuentos de hadas y los cuentos de lobos, por su felicidad y por su miedo.
Por los cantos
oscuros de las tribus remotas, tan acordes al ritmo con que suena la Tierra.
Por la
tristeza y por el entusiasmo que se esconden detrás de las líneas escritas por
cualquier ser humano.
Por los mar
es
del mundo: los del norte y sus sagas, los del sur y sus islas; y los de la
persecución de Moby Dick y los profundos del Nautilus.
Por los héroes
de leyenda y los seres reales porque son las dos caras de la misma existencia.
Por las
volteretas de todas las vanguardias y los sueños que inventan con sus saltos
festivos.
Y por todos
los libros, incontables, que admiten recordar lo olvidado y volver a lugares
donde nunca estuvimos y vivir esas vidas que jamás viviremos. Porque el mundo
es un libro que nos lee y que escribimos.
Alejandro
Valverde
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