Cuando era niño, una etapa de mi vida que aún sigo sintiendo muy
cercana, me encantaban los relatos breves. Me gustaban porque me daba tiempo a
leerlos de principio a fin en los ratos que podía dedicar a la lectura en
aquella época: el recreo, la hora de la siesta o los trayectos en tren. Nada
más empezar, la historia me atrapaba y me transportaba a un mundo nuevo y
desconocido y, en cosa de media hora, me encontraba de nuevo sano y salvo en mi
casa, o en el colegio.
Hay historias que, si las lees a la edad apropiada, te acompañarán
el resto de tu vida. Puede que olvides el título, o quién las escribió; puede
que con el paso del tiempo no recuerdes con claridad los detalles de la trama,
pero si un relato te conmueve en cualquier sentido, pasará a formar parte de ti
y se instalará para siempre en algún remoto rincón de tu mente.
El miedo es la emoción más intensa y la que deja una huella más
profunda. Si un escalofrío te recorre el cuerpo, si al terminar de leer te
encuentras cerrando el libro despacito, como con temor y, a continuación,
apartándote de él con cuidado, puedes estar seguro de que esa historia
permanecerá en tu cabeza para siempre. A los nueve años leí un cuento que
terminaba en una habitación con las paredes y el suelo cubiertos de caracoles.
Creo recordar que los caracoles en cuestión eran carnívoros y que reptaban
lentamente hacia alguien con la intención de devorarlo. Todavía hoy, con sólo
recordarlo, siento los mismos escalofríos que sentí al leerlo por primera vez.
La fantasía te cala hasta los huesos. Hay una curva en una
carretera por la que paso de vez en cuando desde la cual se divisa un
pueblecito situado más allá de unas verdes lomas; por detrás del pueblo asoman
unos montes parduscos y de aspecto escabroso y, al fondo del todo, unas montañas
cubiertas de niebla. Siempre que paso por allí, recuerdo cuando leí El Señor de
los Anillos. Ese libro forma parte de mí, sus personajes y la historia que
relata se quedaron grabados en algún lugar de mi mente y, cada vez que
contemplo ese paisaje, la fantasía de Tolkien vuelve a cobrar vida en mi
imaginación como por arte de magia.
Y la ciencia ficción te lleva más allá de las estrellas y te
transporta a otras épocas y otras maneras de concebir el mundo. No hay nada
mejor que introducirse durante un rato en la cabeza de un ser de otro mundo
para recordar lo mucho que tenemos en común con nuestros semejantes.
Los cuentos son como ventanas diminutas que nos permiten asomarnos
a otros mundos, a otras formas de pensamiento, a otros sueños. Son vehículos que
nos transportan hasta los confines del universo y nos traen de vuelta a casa a
tiempo para cenar.
Llevo ya casi un cuarto de siglo escribiendo relatos cortos. Al
principio me fueron muy útiles para aprender el oficio y empezar a desarrollar
mi estilo. Lo más difícil cuando eres un escritor novato es terminar algo, y
eso fue lo que aprendí escribiendo cuentos. Ahora, la mayor parte de las cosas
que escribo son historias bastante largas —cómics largos, libros largos o
películas largas —, y escribir un relato breve, algo que puedo terminar en un
fin de semana o, como mucho, en una semana, es una auténtica gozada.
Muchos de mis autores favoritos de cuando era niño siguen estando
entre mis preferidos ahora que soy adulto; escritores como Saki o Harlan Ellison, John Collier o Ray Bradbury. Hechiceros que practican la magia de cerca, que,
con tan sólo veintisiete letras y unos cuantos signos de puntuación, pueden
hacerte reír o romperte el corazón; y todo, en unas pocas páginas.
Neil Gaiman
TE GUSTAN LOS CUENTOS
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