domingo, 7 de septiembre de 2014

LO QUE SOCRATÉS DIRÍA A WOODY ALLEN

Este libro pretende ser a la vez una introducción a la filosofía para amantes del cine y una introducción al cine para amantes de la filosofía (filofilósofos). Encuanto a lo primero, los aficionados al cine encontrarán aquí algunas de sus películas favoritas, piezas del calibre de Casablanca, Ciudadano Kane o La ley del silencio, por poner sólo algunos ejemplos. También hallarán -quizá con un respingode inquietud o de suspicacia- obras menos afamadas, material menos distinguido,como Family Man, a cuyo comentario, además, se dedica una buena cantidad de papel. Que no le extrañe: el criterio para seleccionar una película ha sido, en primer término, la fuerza con que en ella queda ilustrada una determinada cuestión filosófica, y sólo después he tenido en cuenta su calidad estética.

Los largometrajes que le convido a contemplar están vistos con la «deformación profesional» de quien ha dedicado una buena cantidad de años a estudiar filosofía; y una y otra vez le iré señalando -acaso con innecesario apremio-: «Fíjese en este detalle, no deje pasar este otro y, sobre todo, por nada del mundo permita que su atención se distraiga de esta escena, en que se trasluce un cierto problema filosófico con un brillo especial». Aunque me dedico a esto machaconamente, espero que no me considere tan filisteo como para evaluar una película por la cantidad de «mensaje filosófico» que lleve a sus espaldas. Estoy persuadido de que ese mensaje filosófico, cuando existe, casi siempre está ahí de forma involuntaria; y de que, por otro lado, su presencia en nada aumenta (ni tampoco disminuye, claro) la prestancia estética de esa película. Si sucede que la casi totalidad de las cintas que comento son también obras maestras, ello obedece a la circunstancia anodina de que me gusta el gran cine y recuerdo mejor sus más altas cúspides, con independencia de que lleven consigo algo que un filofilósofo (alguien separado por dos amorosos peldaños de la sabiduría) pueda echarse a la boca.

Este ensayo es también una introducción al cine para filósofos, y esto sí requiere algo más de aclaración. No he conocido a nadie que pertenezca a ese género de degenerados a quienes no gusta el cine, de modo que es seguramente superfluo pretender crear afición a una de las formas de arte más populares desde el siglo XX hasta aquí. Pero sí he conocido a muchos profesores y estudiantes de filosofía que se lamentaban de que en esta disciplina no abundan los buenos ejemplos que den vida a las distintas teorías expuestas. Pues bien, este es un libro de filosofía en el que las cosas suceden al revés: los ejemplos son enviados por delante en casi todos los casos y sólo a la vez (o con posterioridad) se les exprime el zumo teórico que contienen. Ese surtido de ejemplos está extraído, como cabía imaginar, del cine, de modo que quien piense que una imagen vale más que mil palabras encontrara aquí ampliamente confirmadas sus sospechas. Los aficionados a la filosofía quedan invitados a contemplar en los fotogramas de algunas de las mejores películas que jamás se han hecho los reflejos de las teorías que tienen que explicar o comprender. No albergue temor de que le destripe el argumento de estos largometrajes: creo (y espero) que tendrá más ganas de verlos después de lo quetenga que contarle de ellos. El propósito de este ensayo es intensificar la contemplación de las películas, no sustituirla.

Aunque en las siguientes páginas salen a escena algunos de los filósofos clásicos (Sócrates, Platón, Aristóteles, san Agustín, Kant o Nietzsche), también comparecen otros más actuales y que probablemente, con el correr del tiempo, pasen a engrosar la nómina de los clásicos: figuras como John Rawls, Robert Nozicko Jon Elster. Buena parte de las materias tratadas son también las inexcusables y perennes de la filosofía: el amor, la muerte, la felicidad, la racionalidad, la maldad, la falta de voluntad, el azar... Pero otras pueden ser novedosas hasta para los más versados en filosofía: los subproductos, la formación del gusto moral, la tentación del bien (mucho menos conocida que la tentación del mal), el apetito fáustico o las rugosidades de la elección racional. Espero, pues, que el libro diga algo nuevo también a los entendidos o, cuando menos, que les diga lo que ya sabían de forma nueva. Quizá usted en concreto eche en falta algunos de sus asuntos predilectos. El autor sólo puede decirle que se encuentra al presente preparando otras dos «bobinas»: una dedicada a cuestiones políticas y otra a asuntos metafísicos. Quizá en ellas localice lo que aquí no encuentra.

El que leyere no debe tomarse muy a pecho la distinción entre cuestiones psicológicas y cuestiones morales. La separación del contenido del libro en dos «bobinas» es, en parte, y como no podía ser de otro modo, arbitraria; y la frontera entre ellas es enormemente porosa: las cuestiones psicológicas tienen aspectos morales evidentes, y estos últimos se basan en supuestos básicos de la psicología humana. En conjunto, el libro puede verse como, en lo fundamental, una iniciación a algunos de los asuntos centrales de la ética; una iniciación tal vez no muy al uso, pero espero que no exenta de interés.

Y, sin más preámbulos, pasen y vean.

Juan Antonio Rivera

PREMIO ESPASA DE ENSAYO 2003


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