Dicen que la siguiente línea de Augusto Monterroso es una obra maestra.
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Personalmente prefiero más el microcuento La Culta Dama del escritor hispanomejicano José de la Colina, que solemos atribuir a muchas de nuestras celebrities:
Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado “El dinosaurio”.
Ah, es una delicia – me respondió – ya estoy leyéndolo.
Pero la escritora mejicana Guadalupe Loaeza en su libro Leer o Morir (ensayos breves de las obras inmortales de la literatura mundial, con un estilo dinámico y entretenido, lleno de datos precisos y reveladores) nos desvela algunos datos reveladores sobre esas siete palabras de Monterroso
Quizá nunca se hayan escrito tantos ensayos y tantas
interpretaciones acerca de un texto tan breve. Dicen que sólo las seis palabras
con las que comienza el Génesis han sido tan comentadas: “En el principio era
el verbo”. Todo mundo, hasta los que no conocen a Augusto Monterroso
(1921-2003) saben de su cuento El dinosaurio, porque es un universo en sólo
siete palabras: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Acerca de
este cuento han escrito autores como Italo Calvino y Mario Vargas Llosa,
quienes lo consideran una pieza única en la literatura y una verdadera lección
de escritura. Todavía nadie ha terminado de analizar este brevísimo relato, al
que su autor llamaba “novela”. Para muchos es un relato fantástico, para otros
es sólo una pieza de humor y hay quien dice que se trata del pionero de un
nuevo estilo de la literatura. Hay que decir que no carecen de razón, ya que
generalmente los twiteros lo citan a la menor provocación, especialmente en
estos días en que amanecemos rodeados de dinosaurios.
También es cierto que los twiteros son hijos de este
cuento, porque El dinosaurio demuestra que la imaginación no está limitada por
la brevedad. Leamos las palabras que Carlos Monsiváis dedica al relato: “Estas
siete palabras han recibido todos los homenajes y todos los ultrajes del humor
falso, se han visto adaptadas a contingencias políticas y agravios artísticos,
han funcionado como lema de marchas de protesta y han sido y son ocurrencias de
sobremesa de los que ignoran el nombre del autor (y el destino ineluctable de
las ocurrencias memorizadas). Pero el relato mismo (las hipótesis sobre lo que
sucedió antes o después del despertar) sigue a cargo del lector, que debe
justificar su entusiasmo o su sonrisa de entendimiento. El dinosaurio, en
rigor, es un aviso del cuento que se desarrolla lejos de quien lo urdió.
Monterroso se sitúa en un momento de la realidad o de la fantasía, y lo demás
es la narrativa añadida”.
Aun cuando sus cuentos son sumamente divertidos y
muchas veces nos hacen reír, este autor nacido en Guatemala decía que no era un
humorista. Nada le gustaba menos que la gente se acercara a él para decirle que
era muy gracioso. Como era muy educado, sólo decía: “Gracias”. Pero en su fuero
interno sabía que muchos de esos pasajes “humorísticos” lo habían conmovido sin
causarle ninguna gracia. La verdad es que sus fábulas sobre ovejas, moscas,
rayos, jirafas, leones, lobos, monos o gallinas son tan fascinantes como El
dinosaurio. Lo mismo puede decirse de su novela Lo demás es silencio y de sus
cuentos de crítica social. Y, finalmente, sus ensayos son todo un derroche de
imaginación y sabiduría.
Numerosos escritores han imitado El dinosaurio y han
producido historias de una sola línea. Sin embargo, acerca de la brevedad, hay
que citar lo que opinaba el autor de El dinosaurio: “He escrito algunos textos
breves y algunos brevísimos, pero eso no quiere decir 1) que siempre sea breve;
2) que me guste serlo, ni 3) mucho menos que predique la brevedad”.
Lo que mucha gente ignora es que el Dinosaurio era
en realidad un escritor peruano llamado José Durand (1925-1990). Durand fue
becario del Colegio de México en los años 50, y ahí conoció a Monterroso y al
escritor nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez. Además de que los tres se hicieron
muy amigos, decidieron compartir un departamento. Era muy curioso verlos
caminar por las calles porque Durand medía 1.90, en tanto que Monterroso era
muy bajito. Como él mismo decía: “Desde chiquito, fui chiquito”. No hay que
olvidar que entonces, Monterroso tenía muy poco tiempo de haber llegado a vivir
a nuestro País. A pesar de que había sido un escritor autodidacta, era un
lector obsesivo; cuando era joven trabajó en una carnicería, donde no tenía
vacaciones porque sólo descansaba un día al año, el Jueves Santo, única vez en
que no se vendía carne. Así como trabajaba diario, Monterroso era lector de
todos los días, siempre iba a la Biblioteca Nacional y sacaba libros clásicos.
De ahí que se aficionara a las fábulas latinas y que soñara con escribir como
los clásicos.
Durand era muy enamorado, y muchas veces se pasaba
las noches platicando de sus novias al pie de la cama de cualquiera de sus dos
amigos. No era nada raro que Monterroso o Mejía Sánchez platicaran de su amigo:
“¿Sabes? Anoche estuvo el Dinosaurio hablando de sus novias. Habla tanto que me
quedé dormido y cuando desperté, todavía estaba allí”. Esta frase estuvo
revoloteando alrededor de Monterroso mucho tiempo hasta que se dio cuenta de
que por su ambigüedad podía funcionar muy bien como un cuento, así que la
agregó en su segundo libro de cuentos, el cual tiene uno de los mejores títulos
Obras completas... y otros cuentos (1958). Desde entonces, por alguna magia
especial que tiene este relato, los lectores de Monterroso no lo olvidan, lo
leen, lo releen, se divierten con él, pero, sobre todo, lo convierten en un
escritor entrañable.
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