Ya el sol,
Platero, empieza a sentir pereza de salir de sus sábanas, y los labradores
madrugan más que él. Es verdad que está desnudo y que hace fresco.
¡Cómo sopla el
Norte! Mira, por el suelo, las ramitas caídas; es el viento tan agudo, tan derecho,
que están todas paralelas, apuntadas al Sur.
El arado va,
como una tosca arma de guerra, a la labor alegre de la paz, Platero; y en la
ancha senda húmeda, los árboles amarillos, seguros de verdecer, alumbran, a un
lado y otro, vivamente, como suaves hogueras de oro claro, nuestro rápido caminar.
Juan
Ramón Jiménez, Platero y Yo
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