La ventana del
aula de 3.° C me hipnotiza. Parezco una mosca de hierro pegada al cristal, que
me atrae como un poderoso imán. El primer día de clase elegí uno de los
pupitres con vistas al patio y la tutora aún no me ha cambiado de sitio, a
pesar de que no atiendo nada. Será que no se ha dado cuenta de que existo.
Estaba muy
enfadada ese primer día de clase. Me habían separado de todas mis amigas y el
grupo donde había caído no me gustaba nada: unas cuantas niñas monas, dos o
tres pesados de esos que no dejan dar clase, Prieto (el matón oficial del
instituto, al que tengo pavor desde primero) y una masa de seres invisibles
entre los que me encuentro yo.
El panorama a
través de la ventana es tan desolador que el mundo dentro del aula parece menos
temible, menos amenazador. Me habría gustado que se viera un parque lleno de
árboles y de gente paseando, pero las vistas no producen alegría, sino más bien
inquietud.
Una vez,
alguien me contó que su clase daba a un cementerio y podían contemplar las
lápidas, los nichos y las cruces, grises como un día de lluvia. No es un
cementerio lo que se ve desde el aula de 3.° C, pero la imagen me parece más
desoladora que la de un entierro.
Os
preguntaréis qué demonios se ve a través del ventanal.
-¡Quieres
hacer el favor de atender! -me grita la profe de Lengua.
Entre los que
andamos en las nubes, los que no paran de hablar y la gente que interrumpe
constantemente, no hace más que llamarnos la atención. No es la única a la que
tenemos desesperada, pero esta se empeña en que aprendamos algo a pesar de la falta
de interés de la mayoría. No es que yo no tenga interés... es que lo que veo
por la ventana me tiene hipnotizada. ¿Seré víctima de un hechizo?
Se trata de un
edificio abandonado que se está cayendo a trozos dentro del patio. Es un viejo
palacio que se encuentra pegado a nuestro instituto, el San Isidro, en pleno
centro de Madrid, al lado de la Plaza Mayor. El edificio pertenece al
Ayuntamiento pero, como no hay dinero para arreglarlo y no pueden tirarlo
porque es un inmueble histórico, están dejando que se caiga. Encima de
nosotros.
Antes del
verano colocaron unos andamios, pero después de las vacaciones nos encontramos
con que una parte se había derrumbado y mostraba paredes desoladas, ladrillos
rotos, trozos de escaleras que no llevan a ninguna parte, puertas desvencijadas
y piedras colgando de cables pelados. Y esa parte del patio, cerrada a cal y
canto para los alumnos.
Mirarlo me
pone triste, muy triste, pero no puedo evitar hacerlo y, cuando la vista se
concentra en esas paredes destrozadas, parece que los sonidos de la clase
desaparecen. Aunque mis compañeros no paran de hacer ruido.
Ahora la profe
se pone a gritar para que nos callemos. Las monisimas no dejan de charlar,
Prieto suelta una tontería de las suyas, sin venir a cuento, y el resto le ríe
la gracia. Miro alrededor y compruebo que solo hay un alumno que permanece
serio y en silencio, aunque juraría que tampoco está atendiendo a la
explicación de sintaxis.
Rosa Huertas, Prisioneros de lo
Invisible
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