Aquí comienza
la historia. Cuenta cómo entré en posesión del Libro Sangriento y conseguí el Orm. No es una historia para
personas de piel delicada y nervios débiles, a las que me gustaría recomendar
que volvieran a dejar este libro sobre el montón y se largaran al departamento
de libros infantiles. Vamos, vamos, desapareced, bebedores de té de manzanilla
y lloricas, ¡aquí se habla de un lugar donde leer sigue siendo una auténtica aventura!
Y defino aventura, al estilo antiguo, según el Diccionario Zamónico: «Una empresa temeraria realizada por ansia
de investigación o arrogancia; con aspectos amenazadores para la vida, peligros
imprevisibles y, a veces, resultado fatal».
Sí, hablo de
un lugar donde leer te puede llevar a la locura. Donde los libros pueden herir,
envenenar, incluso matar. Sólo quien esté realmente dispuesto a aceptar esos
riesgos por leer este libro, quien esté dispuesto a jugarse la vida para
participar en mi historia deberá seguirme al párrafo que sigue. A todos los
demás los felicito por su decisión cobarde pero sensata de quedarse atrás. ¡Que
os vaya bien, gallinas! Os deseo una existencia larga y mortalmente aburrida y,
con esta frase, me despido.
Bueno. Después
de haber reducido a mis lectores probablemente, ya al principio, a un pequeño
grupo de audaces, quisiera saludar cordialmente a los que han quedado: ¡Os
saludo, temerarios amigos, estáis hechos de la madera de la que se hace un
aventurero! Y ahora no perdamos más tiempo y empecemos de inmediato nuestra expedición.
Porque es un viaje lo que vamos a emprender, un viaje para buscar libros viejos
en Bibliópolis, la ciudad de los libros que sueñan. Ataos bien los zapatos: un
largo trecho del camino pasa por terreno peñascoso y desigual, y luego por
pastizales monótonos donde hay gruesos tallos que llegan a la cintura y cortan
como navajas. Y que finalmente desciende profundamente por un sendero oscuro,
laberíntico y peligroso, hasta las entrañas de la tierra. No puedo prever cuántos
de nosotros volveremos. Sólo puedo recomendaros que no perdáis el valor… ocurra
lo que nos ocurra.
¡Y no digáis
que no os advertí!
Walter Moers, La Ciudad de los
Libros Soñadores
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