domingo, 10 de septiembre de 2017

EL ESCARABAJO


PRIMER ESCLAVO.-Tráeme pronto una bolita para el escarabajo.
 SEGUNDO ESCLAVO.-Toma, dásela a esa cochina bestia. ¡Ojalá no coma jamás otra mejor!
 PRIMER ESCLAVO.-Otra hecha con boñiga de asno.
 SEGUNDO ESCLAVO.-Ahí la tienes también. Pero ¿dónde está la que trajiste hace un momento? ¿Se la ha comido ya?
 PRIMER ESCLAVO.-¡Pues ya lo creo! Me la arrebató de las manos, le dio una vueltecilla entre las patas y se la tragó enterita. Hazle, hazle otras más grandes y espesas.
 SEGUNDO ESCLAVO.-¡Oh, limpia-letrinas, socorredme en nombre de los dioses, si no queréis que me asfixie!
 PRIMER ESCLAVO.-Otra, otra, confeccionada con excrementos de joven invertido; ya sabes que le gusta la masa muy molida.
 SEGUNDO ESCLAVO—Creo, señores, que hay algo de que nadie podrá acusarme: de que me coma la pasta al amasarla.
 PRIMER ESCLAVO.-¡Puf!, venga otra, otra y otra, bolita; no ceses de amasar.
 SEGUNDO ESCLAVO.-No, por Apolo; ¡se acabó! No puedo resistir ya el olor de este lebrillo.
 PRIMER ESCLAVO.-Entonces, voy a llevármelo yo mismo de aquí.
 SEGUNDO ESCLAVO.-Eso es. Échasela a los cuervos y échate tú detrás. (A los espectadores.) ¿No me dirá alguno de vosotros que lo sepa dónde podré comprar una nariz sin agujeros? Porque es el más repugnante de los oficios esto de ser cocinero de un escarabajo. Al fin un cerdo o un perro se tragan nuestros excrementos tal y como se los encuentran, mas este animal anda siempre con remilgos, y ni aún se digna tocarlos, si no me he estado amasando un día entero la bolita, como si hubiera de ofrecerse a una joven delicada. Pero veamos si ha concluido de comer; voy a entreabrir un poquito la puerta para que no me distinga. ¡Traga, traga, atrácate hasta que revientes! ¡Cómo devora el maldito! Mueve las mandíbulas como un atleta sus membrudos brazos; luego agita la cabeza y las patas, como los que enrollan cables en las naves de carga. ¡Oh, animal voraz, fétido e inmundo! No sé qué dios nos ha enviado semejante regalo, pero seguramente no han sido ni Afrodita ni las Gracias.
 PRIMER ESCLAVO.-¿Quién, entonces?
 SEGUNDO ESCLAVO.-Sólo ha podido ser un monstruo enviado por Zeus lanzamierdas.
 PRIMER ESCLAVO.-Pero sin duda algún espectador, alguno de esos jóvenes que presumen de ingeniosos, estará diciendo ya: ¿Qué es esto? ¿Qué significa ese escarabajo? Y un jonio sentado a su lado, estoy seguro de que le responde: Todo esto, si no me engaño, se refiere a Cleón, pues es el único que no tiene reparo en comer mierda. Pero voy a darle de beber.
 SEGUNDO ESCLAVO.-Y ahora, voy a explicar el argumento a los niños, a los mozos, a los hombres, a los viejos y a los que han traspuesto el término ordinario de la vida. Mi amo padece una rara locura, no la vuestra, sino otra absolutamente inédita: la de pasarse todo el día mirando al cielo, con la boca abierta e increpando a Zeus de este  modo: «¡Oh Zeus!» ¿Qué intentas? Deja la escoba; no vayas a vaciar a Grecia con tus escobazos.» ¡Eh, silencio! Acabo de oír su voz.
 TRIGEO.-(En el interior de la casa.) ¡Oh, Zeus! ¿Qué intentas hacer de nuestra patria? ¿No ves que se despueblan las ciudades?
 SEGUNDO ESCLAVO.-Ahí tenéis la manía de que os hablaba. Esas palabras pueden daros una idea de ella; yo os diré las que pronunciaba cuando principió a revolvérsele la bilis. Hablando aquí mismo a solas, exclamaba: «¿Cómo podría yo ir derecho a Zeus?» Construyó al efecto escalas muy ligeras, por las cuales, sirviéndose de pies y manos, trataba de subir al cielo; hasta que se cayó, rompiéndose la cabeza. Ayer se fue corriendo no sé adonde, y volvió a casa con este enorme escarabajo, ligero como un caballo del Etna, obligándome a ser su palafranero. Mi amo le acaricia como si fuese un potro, y le dice: «Pegasillo mío, generoso volátil: llévame de un vuelo hasta el trono de Zeus.» Pero voy a ver por esta rendija lo que hace. ¡Oh desgraciado! ¡Favor! ¡Favor! ¡vecinos! ¡Mi amo sube por el aire en el escarabajo!
 TRIGEO.-(Apareciendo a caballo sobre una máquina que representa un escarabajo de dimensiones colosales.) Calma, calma, despacio; poco a poco, escarabajo mío; refrena tu fogosidad; no confíes demasiado en tu fuerza; aguarda a que, después de sudar, el rápido movimiento de las alas haya dado agilidad a tus remos. Sobre todo, no despidas ningún aire infecto; si estás dispuesto a hacerlo, más vale que te quedes en casa.

Aristófanes, La Paz

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