Hola abuela,
si, estoy bien, hace ya más o menos un mes desde que llegué aquí y bueno, se
podría decir que no me he adaptado mal. Aquí la gente es encantadora, aunque de
momento no tengo ningún amigo, solo tengo tiempo para el trabajo. En cuanto a
la comida, es diferente, muy diferente, tiene sus cosas buenas, pero bueno tú
ya sabes lo delicada que soy en ese tema, de todas formas las cosas no están
para quejarse aunque aquí si que me haría falta uno de tus guisos, que a esta
distancia y tanto tiempo sin probarlos se echan de menos. Bueno, un abrazo
fuerte, pronto te volveré a escribir.
Aldonza.
Lástima que no recibas ninguna de mis cartas ... lo
único que me queda de mi abuela, la que fue como mi madre, es mi nombre, que
comparto con ella. Como rutina, tiré la carta hecha pedazos por el ático, pues
¿A qué dirección iba yo a mandar la carta? Nadie la leería, mejor dejar que sea
el viento quien la lleve a donde estime oportuno, tal vez, de ese modo, algún
día puedas leerla.
Me desperecé y fui a desayunar, pero ¿a quién voy a
engañar? Nunca desayuno. En el espejo se veía perfectamente la linea morada que
rodeaba mis parpados inferiores, las ojeras ya formaban parte de mis grandes
ojos marrones. Me lavé los dientes y tomé un par de Analgésicos para que el
tambor que había encerrado en mi cabeza dejara de sonar. Después me cepillé el
pelo hasta no dejar ni un solo nudo, lo que era una tarea complicada, mi largo
cabello color miel es bastante propenso a los enredos. No uso maquillaje de modo
que me limité a vestirme y me encaminé hacia el trabajo, rezando porque el caso
que tengo entre manos, cesara por fin.
Una vez allí, colgué mi gabardina.
- Aldonza, ese loco sigue suelto y luchando por esa
tal Dulcinea, hemos podido saber que todo lo hace por su abuelo o no sé qué
tonterías, por lo visto para él, era un héroe y quiere parecerse a él, aunque
realmente los dos sean unos locos.
- Entiendo... -me limité a responderle.- deja los
papeles en mi mesa, más tarde pasaré a verlos. -entré al despacho de mi
compañero Paco, aunque él es policía y yo detective, trabajamos juntos. Él no
estaba allí, supongo que habrá tenido un problema, normalmente suele ser
puntual.
De pronto la puerta metálica de fuera se abrió dando
un fuerte golpe a la pared.
- ¡NECESITAMOS REFUERZOS! POR FAVOR ¡REFUERZOS!
Era Paco, muy alarmado, al parecer, todos los allí
presentes salieron para ver que era lo que ocurría.
- Pero Paco, ¿Qué pasa? -le pregunté preocupada.-
¿puedo ayudarte en algo?
- Ese chiflado se ha puesto una armadura como los
caballeros medievales, y empuñando una lanza se ha encaminado hacia la central
de energía eólica montando un caballo muy robusto y hermoso, mientras gritaba
"POR DULCINEA, BELLACOS GIGANTES, LO PAGAREIS CARO MALECHORES".
Estoy anonadada, increíble a que extremos podía
llegar la locura de un hombre.
- Algunos de mis compañeros están allí intentando
calmarlo pero, necesitamos más gente, se nos va de las manos.
Yo y unos cuantos agentes policiales más, nos
ofrecimos a acompañarles. Y en dicho lugar, nos encontramos tal bochornoso
espectáculo. Un "caballero" incansable forcejeando inútilmente contra
el cuerpo policial, me acerqué, y cuando este dirigió la mirada hacia mí, paró.
Dicha acción me asustó, pero preferí quedarme quieta esperando una reacción
suya.
- Tú... -dijo buscando algo dentro de una especie de
bolso, muy nervioso. Sacó un papel viejo y arrugado, tendría por lo menos
cincuenta años sin duda. Lo desplegó y lo miraba comparándolo conmigo ¿Qué
estaba haciendo?- eres tú, muchacha, ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Por
qué rechazabas de esa manera a mi abuelo? He venido a que me lo aclares
señorita Dulcinea del Toboso,
¿Dulcinea? Esto está fuera de lugar, ¿de qué habla?
Supongo que el ver mi cara de incredulidad fue el motivo por el cual me mostró
el papel, en el que pude ver una fotografía de una mujer que se parada
exageradamente a mí, fue entonces cuando ocurrió lo más escalofriante y siniestro.
Aquella mujer era mi abuela.
Tras tal episodio, trasladaron a este personaje a
nuestro cuartel para que pasara la noche en los oscuros y fríos calabozos. Bajé
a visitarle una vez que el resto del personal se marchó. Necesitaba aclarar mis
dudas, ese hombre tenía un retrato de mi abuela, y viene buscándola, debía
hablar con él.
Lo miré a través de las oxidadas rejas, con
curiosidad, pero sin miedo. Finalmente, me digné a hablarle.
- La fotografía que me enseñaste, era mi abuela, se
parece mucho a mí, sí ¿Por qué la tienes tú? -levantó la mirada y mirando
después a todos lados confió en mi y sacó otro papel de su bolsillo, esta vez
una carta, y, sin hablar, me la entregó indicándome con la cabeza que podía
leerla.
Leí la carta atenta y asombrada por la preciosa
caligrafía con la que estaba escrita. Conforme leía cada línea me sorprendía
más y más, y a la vez me asustaba, nada de esto era posible, no. Terminé y se
la entregue y el me aciaró:
- En primer lugar, no soy su hijo, soy su nieto, me
llamo Alonso, como él. Tengo que hacerle ese favor al hombre que tanto me
quiso, era su voluntad.
Esa última frase me marcó y pensé que si me abuela
me pidíera algo, intentaría ayudarla y hacer lo posible por ella, pero todo
esto era demasiado surrealista.
Todavía sigo sin creerme la situación tan absurda
que estoy viviendo, ahora resulta que estoy hablando con el nieto del gran y
valeroso don Quijote, es una locura.
Me despedí y subí las escaleras a prisa, todavía
incrédula.
El fuerte e intenso sonido de la alarma me hizo
despertar, me pellizqué, todavía sin saber bien donde me encontraba. Al parecer
todo había sido un sueño extrañisimo.
Minutos más tarde, sonó el timbre, me puse la bata
de terciopelo azul turquesa y las zapatillas de estar por casa y me dirigí
hacia la entrada descolgando el telefonillo
- Cartero.- se oyó una voz ronca y grave. Yo
presioné el botón dejándole así pasar.
Bajé la escalinata y el hombre dejó en mi vestíbulo
el paquete que pidió mi hermana María con su ¡Pod nuevo, firmé los documentos y
cuando el cartero estaba a punto de marchar, este recordó,
- Esto es para usted.- me entregó en la mano una
carta, le di las gracias y se marchó. Para mí no era algo habitual recibir
correspondencia, de modo que me senté en los escalones y abrí el sobre, cuyo
contenido, me estremeció.
Querido hijo,
te encomiendo una misión. Todos aquí dudan de mi persona, ponen en duda mis
palabras y acciones, por lo tanto solo me quedas tú. Hazlo por mí. Busca a mi
querida Dulcinea del Toboso, la más fermosa de las mujeres, no solo de la
Mancha, sino de este mundo conocido. Dile que le estuve esperando, luché por
ella. por su amor y nunca obtuve respuesta a sus cartas. A pesar de todo, se
que moriré aun enamorado. Como consejo cuando emprendas el viaje, ten cuidado
con los gigantes y las criaturas que te asalten en el camino, no son trigo
limpio, solo querrán entorpecerte.
Don Quijote de
la Mancha
¿Fue solo un sueño? ¿pudo ser real?
Lucia Nieves Heras
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