Ya está: sólo
soy un lector. Lo demás es miseria o corolario. Y el lugar de un lector, su
palacio, su aula y su palestra es la biblioteca. He leído que algunos aprenden
grandes cosas sobre el universo y nuestras servidumbres para con él bajando a
las cloacas o convocando a los dioses: por mi parte, sólo puedo decir que leí
su testimonio junto a muchos otros y eso me basta. Supongo que tendrán razón,
lo mismo que yo tengo una para no haberlos imitado. De modo que si me inquieren
sobre qué libro o libros me llevaría a una isla desierta no sé cómo contestar
porque la única isla desierta que conozco —desierta de adláteres pero
abarrotada de íntimos fantasmas— es precisamente la biblioteca en la que moro
desde que tengo uso de razón, o lo que es igual: capacidad de leer. (...)
No voy a
recomendar a nadie la lectura como no pretendo aconsejar la dulce y fiera
práctica del coito o la degustación de ese amigo de los hombres, el vino.
Toda pasión
tiene sus peligros y sólo los idiotas sueñan con una vida apasionadamente
segura, como sólo los exangües buscan una seguridad apática.
Quien no
quiera mojarse que no aprenda a nadar, ni se atreva a amar o a beber. Y que no
lea tampoco o que sólo lea para aprender, para destacar, para hacerse sabio o
famoso, es decir: para seguir siendo idiota. El que valga para leer, leerá: en
pergamino, en volumen encuadernado en piel, en libro de bolsillo, en hoja
volandera o en la pantalla del ordenador. Leerá por nada y por todo, sin
objetivo y con placer, como quien respira, como quien se embriaga o enreda sus
piernas en las de alguien apetecible. Sólo eso importa, cuando la pasión manda.
Y así he leído
yo no toda mi vida pero sí en los mejores momentos de mi vida. Ahora retrocedo
un poco y acaricio con los ojos esta sobrecargada biblioteca con la que vivo,
en la que vivo. Es como la farmacia de un viejo alquimista, donde pueden
buscarse analgésicos y afrodisíacos, tónicos y conjuros diabólicos, visiones de
gloria o pesadilla y la seca agudeza descarnada que revela lo real.
Ya es hora de
volver a ella.
Fernando
Savater
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