domingo, 14 de marzo de 2021

HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y DE SU HERMANO EL REY SCHAHZAMAN

 


Se cuenta que en la antigüedad hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Se llamaba Schahriar. Su hermano, Schahzaman, era el rey de Samarcanda.

Siguiendo su curso las cosas, residió cada uno en su país, y gobernaron con justicia  durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.

El mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: “Escucho y obedezco.”

Partió, pues, y llegó felizmente par la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y le invitaba a visitarle. El rey Schahzaman contesto: “Escucho y obedezco.” Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nombró a su visir gobernador y salió hacia las tierras de su hermano.

Pero a media noche recordó que había olvidado algo; volvió a su palacio secretamente y se encaminó a los aposentos de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por su ausencia. Grande fue su sorpresa al hallarla haciendo el amor con un esclavo negro. Al verlo, el mundo se obscureció ante sus ojos. Y se dijo: “Si sucede esto cuando apenas acabo de dejar la ciudad. ¿Cuán sería la conducta de esta esposa si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?” Desenvainó inmediatamente el alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir, sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.

Entonces éste salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y le habló con efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la fragilidad de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle así, el rey Schahriar creyó que se debía a haberse alejado de su reino y de su país. Un día, le dijo: “Hermano, tu cuerpo enflaquece y su cara amarillea.” Y el otro respondió: “¡Ay, hermano, tengo en mi interior una llaga en carne viva-!” Pero no le reveló lo ocurrido con su esposa. El rey Schahriar le dijo: “Quisiera que me acompañases a cazar, tal vez así se anime tu espíritu.” El rey Schalizaman no quiso aceptar y su hermano se fue solo a la cacería.

Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y, asomado a una, el rey Schahzaman, vio corno se abría una puerta secreta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los que avanzaba la mujer de Schahciar en todo el esplendor de su belleza. Ocultándose para observar lo que hacían, se convenció de que la misma desgracia de la que había sido víctima, la misma o mayor, cabía a su hermano el sultán. Al verlo, pensó el hermano del rey: “¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.” Inmediatamente, se desvaneció su aflicción y se dijo: “¡En verdad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!” Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.

Cuando su hermano volvió de su excursión, observó que su hermano acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y que comía con toda su alma después de haberse alimentado parcamente en las primeros días. Se asombró, y le dijo: -“Hermano, hace poco te veía amarillo y ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa.” El rey le dijo: “Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores.” El rey replicó: “Relata primero la causa de tu pérdida de color y tu debilidad.” Y se explicó de este modo: “Sabrás que cuando requeriste mi presencia, hice mis preparativos, y salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer y a un esclavo negro en la cama. Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo. Este fue el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrada mi buen color, dispénsame de mencionarla.”

Cuando su hermano lo oyó, le dijo: “Por Alah, cuéntame la causa de haber recobrado tu color.” Entonces Schalizaman le refirió lo que había visto. Y Schaliriar dijo: “Es necesario que mis ojos vean semejante cosa.” Su hermano le respondió: “Finge que vas de caza, pero escóndete en mis aposentos, y serás testigo del espectáculo: tus ojos lo comprobarán.”

Inmediatamente, el rey dió la orden de marcha. Los soldados salieron con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos: “¡Que nadie entre!” Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman.

Al verlo Schahriar dijo a su hermano: “Marchemos para averiguar nuestro destino en el camino de Alah, hasta encontrar a alguien que haya sufrido una desgracia semejante. Si no, la muerte sería preferible a nuestra vida.” Su hermano le contestó lo apropiado, y ambos salieron por una puerta secreta del palacio. Y caminaron día y noche, hasta que llegaron a un árbol, en una solitaria pradera donde había un manantial de agua dulce.

Transcurrida una hora, brotó una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados, se subieron a la copa del árbol, que era muy alto, y miraron lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo. Levantó la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció una encantadora joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta (...) Después que el efrit hubo contemplado a. la hermosa joven, le dijo: “¡Oh soberana! ¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco.” Colocó la cabeza en las rodillas de la joven y se durmió.

Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos a los dos reyes. Apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: “Bajad, y no tengáis miedo de este efrit.” Por señas, le respondieron: “¡Por Alah! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!” Ella les dijo: “¡Por Alah! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit; que os dará la peor muerte.” Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, la joven los tomó de las manos, se internó con ellos en el bosque y les exigió algo que no pudieron negarle. Una vez cumplidos sus deseos, sacó del bolsillo un saquito y de él un collar compuesto de quinientas setenta sortijas, y les pregunto “¿Sabéis lo que es esto?” Ellos contestaron: “No lo sabemos.” Entonces les explicó: “Los dueños de estos anillos hicieron lo mismo que vosotros, por los cuernos insensibles de este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos.” Se los sacaron de los dedos, y ella entonces les dijo: “Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.” (…)

Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder, y se dijeron: “Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta aventura debe consolarnos.” Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.

En cuanto Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después persuadido de que no existía mujer alguna de cuya fidelidad pudiese estar seguro, se casaba cada noche con una y la hacía degollar apenas alborease el día siguiente. Así durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban.

El rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven, pero, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma llena de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Scherezade, y el nombre de la menor era Doniazada.

La mayor, Scherezade, había leído libros, anales, leyendas de los reyes antiguos e historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente v daba gusto oírla. Al ver a su padre, le habló así: “¿Por qué te veo soportando un peso abrumador de pesadumbres y aflicciones? (…)

Cuando oyó estas palabras el visir; contó a su hija todo lo concerniente al rey. Entonces le dijo Scherezade: “Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata seré la causa del rescate de las hijas de los musulmanes y podré salvarlas de entre las manos del rey.” Entonces el visir contestó: “¡Por Alah! No te expongas nunca a tal peligro.” Pero Scherezade repuso: “Es imprescindible que así lo haga.”

Entonces le dijo su padre: “Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia (…)

Y cuando Scherezade, hija del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego: Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido.” Entonces el visir, sin replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahrían

Mientras tanto, Scherezade decía a su hermana Doniazada: “Te mandaré llamar cuando esté en el palacio, y así que llegues y veas que el rey ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana, cuenta alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche.” Entonces yo narraré cuentos que, si quiere Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes.”

Fue a buscarla después el visir, y se dirigió con ella hacia la morada del rey, que se alegró muchísimo al ver a Scherezade, y preguntó a su padre: “¿Es ésta lo que yo necesito?” Y el visir dijo respetuosamente: “Sí, lo es.”

Pero cuando el rey quiso acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: “¿Qué te pasa?” Y ella contestó: “¡Oh rey poderoso, tengo una hermanita, de la cual quisiera despedirme!” El rey mandó buscar a la hermana, y vino Doniazada.

Después empezaron a conversar, Doniazada dijo entonces a Scherezade: “¡Hermana, por Alah! cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche.” Y Scherezade contestó: “De buena gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras.” El rey, al oír estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la narración de Scherezade.

Y Scherezade, aquella primera noche, empezó su relato con la historia que sigue:

Las Mil y Una Noches

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