jueves, 18 de marzo de 2021

AIRE

 


Persigo instantes únicos. Algún tiempo sin máscara. Un viaje sin destino.

Aceptarlo. Eso es todo.

Soy paracaidista.

La primera vez que salté, me juré que sería la última. No fui capaz de soportar lo que veía. Después ya no supe vivir sin saltar.

Cuando siento mi materia cortada por el aire y veo la tierra corriendo a mi encuentro, me vuelvo diáfano y cobarde: pido perdón, suplico, hago promesas. Es extraño el estado que uno alcanza al reencontrar, como por vez primera, la firmeza bajo sus pies. Pero uno echa a andar y se retracta. Olvida que ha rogado, que ha temido, y se envilece poco a poco. Así es como vivimos: nos hemos olvidado de la tierra que hay bajo nuestros pies.

Después de la caída, la vida recupera todos sus milagros. Y es fácil olvidarlos. Comenzamos a andar, eso es todo. Entonces hace falta un nuevo salto. Y otro. Y otro. Y muy pronto lo que uno más anhela es dejarse caer.

Soy súbdito del aire. Quién pudiera vivir aterrizando.

Una dicha, me temo, imposible: en cuanto vuelvo al suelo, dejo de arriesgar lo que tanto vale y el bienestar se va desvaneciendo. Así es como vivimos. Viajes. Máscaras. Pero hoy he dado con la solución.

Este es mi instante. Vuelo. Estoy volando. Sólo yo, en estado puro.

Sé que es injusto despreciar la tierra que se pisa. No volveré a hacerlo.

Voy camino de mí, sin ataduras. Falta poco.

Seré leal como los libres.

Libre siempre.

Aire feliz.

Andrés Neuman

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