lunes, 17 de octubre de 2016

UNA VIAJERA SIN BILLETE


(Drama en un acto con dos actores)

PERSONAJES
El Inspector Schuh
La Señora Macholke

Una mesa y una silla. El Inspector, sentado en esta y acodado en aquella, hojea unos papeles. Otra silla enfrente. Paragüero, papelera y perchero de pie.
(Llaman a la puerta).
Inspector.— ¡Alto! ¡Adelante!
(Entra una mujer pisando firme y se planta frente al inspector con los brazos en jarras).
Señora.— (Aire campechano, voz fuerte). Mi querido poli, debe llevar usted taponcitos en las orejas. Hace ya dos horas que estoy esperando.
Inspector.— (Tranquilo y amable). Ante todo, señora, yo no soy su querido poli y, además, usted espera desde hace veinte minutos exactamente.
Señora.—¿Le parece poco? (Con tono más agresivo). Los policías deben de pensar que todo el mundo tiene tanto tiempo como ellos, ¿no, señor comisario?
Inspector.—Soy el inspector Schuh, como ha podido ver en el letrero de la puerta.
Señora.—¡No voy a ir leyendo toda la bazofia que le echan a una!
Inspector.— (Carraspea). Mejor será que deje el paraguas en su sitio y tome asiento de una vez, señora Macholke.
(Con asombrosa puntería la señora mete el paraguas en el paragüero desde dos metros de distancia y se vuelve al funcionario).
Señora.—¡Prefiero estar de pie!
Inspector.—Si quiere que le salgan varices, como le parezca. Las piernas son suyas.
Señora.—¿Es una amenaza?
Inspector.—¿Qué?
Señora.—¡Lo de las varices!
Inspector.—¡No, por Dios! Una mera opinión sin trascendencia.
Señora.—Cuando la policía opina, échate a temblar. ¡Eso es más viejo que Adán y la tonta de Eva!
Inspector.—¡Podría ser un poco más amable, señora Macholke!
Señora.— (Repone aire presurosa). ¿Qué? ¿Eso mismo iba a decirle yo? ¡Sea usted, si tiene la bondad, un poquito más cortés conmigo, que, a fin de cuentas, su paga sale de mis impuestos!
Inspector.—Según estos papeles, querida señora, hace tres años que cobra usted la pensión de viudedad.
Señora.—¿Y eso qué tiene que ver?
Inspector.—Que, como pensionista, no paga impuestos, así que mi sueldo tampoco.
Señora.— (Blandiendo el dedo índice de la mano derecha). Pero podía haberlo hecho.
Inspector.—Vayamos al asunto. Un cierto señor Martin Büttner, revisor de tranvías al servicio del Ayuntamiento, ha presentado una denuncia contra usted por injurias y lesiones corporales.
Señora.(Que se deja caer pesadamente sobre la silla). ¿Qué ha hecho ese narizotas? ¡¿Presentar una denuncia?! ¡¡¿Contra mí?!!
Inspector.—Eso es.
Señora.— (Fuera de sí). Pero…, pero ¡esto ya es el colmo! ¡Injurias, dice!
Inspector.—Usted le ha llamado… (Busca en los papeles y lee.)… «hormiga coja», «briozoo jiboso», «geotropo cegato», «pipa de calabaza seca», etc., etc.
Señora.— (Salta del asiento). ¡Él me ha llamado a mí «lechuza»!
Inspector.—Se equivoca, señora Macholke. «Lechuza» pertenece también a su repertorio. Fue al llamarle «lechuza» cuando le metió usted la gorra hasta los ojos.
Señora.—¿Yoooooooooo?
Inspector.—Como veo que su memoria no es muy buena, voy a leerle lo que ha declarado el señor Büttner.
Señora.— (Se sienta de nuevo). Estoy intrigadísima. ¡Vamos, lea usted las obras completas de ese «gusano de panadería»!
Inspector.(Severo). Un insulto más señora Macholke y ordeno que le pongan una multa… (Carraspea.)… Bien… El acta: «Yo estaba de servicio ese jueves por la mañana en la línea veintisiete. La señora subió en Kreusplatz, entró dando empujones sin consideración y no paró de molestar a un viajero mayor que ella hasta que le dejó el sitio…».
Señora.—Ja, ja ¡Un viajero mayor que yo! Un jovenzuelo mocoso con melena hasta el trasero.
Inspector.—Aquí dice que era un señor de sesenta o sesenta y cinco años.
Señora.—¿¿¿Sííí??? Bueno. Mi vista ya no es la que era.
Inspector.—Sigo leyendo: «Pedí a la señora que me enseñara el billete, pero ella no hizo el menor caso y continuó mirando por la ventana. Yo insistí tres veces más con el mismo resultado y al cabo, toqué su hombro con la punta de los dedos…».
Señora.—¡No me haga reír!
Inspector.— (Alzando la voz.)«… Muy suavemente. Entonces se levantó de un salto y empezó a gritar desaforadamente que ya me había enseñado antes el billete y que no estaba dispuesta a revolver el bolso otra vez. Solicité de nuevo que me mostrara el billete o, de lo contrario, tendría que apearse. Al oír esto me lanzó al rostro una retahila de insultos; el más inofensivo de todos ellos fue “lechuza”. Luego me tiró de la gorra hacia abajo con tanta brusquedad que rasgó la cinta de la armadura y cuando le ordené que bajara del coche inmediatamente, me golpeó con el paraguas en la cabeza. Era un paraguas macizo y me ocasionó heridas de pronóstico leve en la frente y en las dos mejillas. Con la ayuda de otros viajeros, logramos sacarla del tranvía en la parada de la calle Mayor y dejarla en manos de un policía municipal, a quien dio un mordisco en el brazo sin miramientos». Bien, señora Macholke, eso dice.
Señora.—¿No creerá usted esa historia, verdad?
Inspector.—Según esto no cabe la menor duda de que usted es una dama con… mucho temperamento, digamos.
Señora.—¿Yooooo? Yo soy un alma delicada, mi querido poli… Ahora le contaré cómo fue en realidad.
Inspector.—¡Adelante!
Señora.—Subí al tranvía en Kreuzplatz y avancé pacíficamente hacia el interior. Iba saludando amablemente a derecha e izquierda cuando de pronto… ¡Adivine usted qué sucedió de pronto!
Inspector.—No me pagan por jugar a los acertijos, señora.
Señora.—De pronto me vi encima a ese abominable tipejo de revisor. (Poniendo cara de miedo). ¿Ha visto alguna vez su cara de cerca? Le digo que una se queda muda de espanto, es algo horroroso, ¡vamos, que te da un susto de muerte! Bueno, pues ese tío «caracoco» va y me dice que no empuje. ¡Yo!… Yo, que apenas si había rozado a alguien… Tuve que hacer esfuerzos para contenerme. Pero ¿para qué disgustarse? Con no hacer ni caso a ese «narizotas» ya está. ¡Ah!, y había allí un hombre callado que me miraba fijamente. Uno de esos que hablan con los ojos, ¿sabe usted? Y le juro que no decía más que groserías. Yo, en cambio, con mi santa paciencia, le respondía con amables tironcitos de oreja, dos, tres veces…; luego se levantó y me cedió el sitio. Justo nada más sentarme, llega ese rinoceronte a dar la lata. Quería ver mi billete. Ante una cosa así yo, ni caso, naturalmente.
Inspector.—Naturalmente.
Señora.—Soy una persona delicada, de sentimientos refinados, señor inspector. Si alguien me avasalla de ese modo, me vuelvo sorda como una estatua. Va luego el pánfilo presumido y me planta el puño en el hombro. Bonito, ¿verdad? Todo un caballero, ¿eh? ¡Pero conmigo no vale! Me alcé como un cohete de Cabo Cañaveral y le metí la boina hasta las orejas. Bien, pues figúrese, con todo y con eso seguía ofendido el señor.
Inspector.—¿No me diga?
Señora.—Lo que oye. Ahora viene lo peor. Mientras yo trataba amablemente de hacerle comprender que debía pedirme disculpas, él empeñado en echarme del tranvía. Así, no tuve otro remedio que defenderme.
Inspector.—¡Con el paraguas!
Señora.—¿Con qué si no? Quedó hecho polvo. ¿Quién me paga a mí otro ahora?
Inspector.—¡Encima!
Señora.— (Furiosa). ¿Tenía, entonces, que haberme dejado echar del tranvía?
Inspector.—Si hubiese sacado el billete, se habría ahorrado estos disgustos.
Señora.— (De pie de un salto). ¡Ah!… entonces, ¿no me cree?
Inspector.—Ni media palabra, señora Macholke. Usted fue la culpable de todo. Hay, exactamente, trece personas que lo atestiguan.
Señora.— (Encolerizada). Usted… Usted… «¡enano!»… «¡canalón!»… «¡espantacaracoles!»… ¡Ahora me callo la boca! ¡No le digo ni pío!
Inspector.— (Sonriente). Eso antes, señora Macholke. Ya puede seguir con los insultos si la desahoga. Cuesta igual… El guardia la acompañará hasta la puerta.
Señora.—(Dando un respingo). No hace falta que nadie me acompañe… Y, menos, un carapito como ese.
(Se levanta, sale, queda en el aire el violento estampido de la puerta).

Wolfgang Ecke, Historias Policiacas Divertidas

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