El pasado seis
de octubre cumplí diez años por última vez.
No quiero
decir que haya cumplido esa edad varias veces, me refiero a que no volveré a
cumplir años nunca más.
Nunca. Ha sido
mi último cumpleaños.
Y no, no voy a
morirme. Lo que ocurre es que las Autoridades han decidido eliminar un día del
calendario y la fecha elegida ha sido, precisamente, el seis de octubre.
Mi seis de
octubre.
El día en que
nací.
Entre
trescientos sesenta y cinco días, todos iguales con sus veinticuatro horas cada
uno, han escogido justo esa fecha.
Ya es
«oficial», lo que significa (me encanta aprender palabras nuevas) que las
Autoridades no se pueden arrepentir.
Está hecho. No
hay vuelta atrás por mucho que llore o me queje. Ya no estrenaré jamás una
nueva edad. Me he quedado en los diez años.
El seis de
octubre ha sido arrancado de los calendarios.
«A partir del
próximo año, del cinco de octubre se pasará al siete», ha dicho el profe en
clase, muy solemne.
Así he
aprendido lo que siente uno al quedarse, de repente, sin fecha de cumpleaños.
Como quien se queda sin merienda, pero para un asunto mucho más importante. Y
para siempre.
Me siento un
poco huérfano. «Eres ahora un apátrida del tiempo», ha dicho el profe
señalándome, como si yo me hubiera convertido de la noche a la mañana en un bicho
raro. Todos los compañeros me observaban.
Todavía no sé
lo que significa «apátrida», pero seguro que no es nada bueno.
Ni siquiera
estoy seguro de tener aún diez años; el día en que nací ya no existe, así que
tampoco puedo contar a partir de esa fecha. A lo mejor me he quedado sin edad.
Qué cosas, un
día te levantas y resulta que ya no tienes edad. Tal vez ahora tenga cero años.
¿Me voy a convertir en un bebé?
Espero que a
mi familia no se le ocurra ponerme pañales, como a la abuela.
Mi abuela
tiene por lo menos trescientos años. Camina con bastón y a veces se deja la
sonrisa en un vaso y entonces no entiendo lo que habla. Ella es muy especial. Andan diciendo últimamente que tiene una
catarata en un ojo. Yo no sé cómo se puede tener algo así en un ojo, sin un río
detrás.
Llorar tiene
que ser muy fácil si tienes una catarata en un ojo.
Mi abuela es
tan vieja que cuando era pequeña no existía la Play. Papá dice que ella es tan
mayor que sus recuerdos son en blanco y negro. A mí me encantan las fotos en
blanco y negro.
Ahora que lo
pienso, seguro que a la abuela no le importaría que le quitaran el cumpleaños.
Debe de estar harta de cumplir. Ella nació un doce de marzo. ¿Por qué no han
quitado del calendario el doce de marzo, en vez de mi seis de octubre?
David Lozano, El Ladrón de
Minutos
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