Extrajo la
ganzúa de su cazadora y trató de abrir la oxidada cerradura.
Pocos
instantes más tarde, el eco de un chasquido resonó en todo el sendero. Kyriel
miró e n ambas direcciones temiendo que aquel sonido hubiera despertado la
curiosidad de algún guarda del cementerio. Cuando comprobó que nadie se
aproximaba, dirigió su vista de nuevo hacia la puerta y la abrió con cuidado.
El quejido de
los goznes al girar, le hizo percatarse del tiempo que había transcurrido desde
que aquel mausoleo fuera visitado por última vez. Quizás demasiado…
Ya dentro, se
fijó en el pequeño altar de piedra sobre el que se hallaba un sencillo
crucifijo y un jarrón vacío y polvoriento.
Alumbró toda
la estancia para concentrarse posteriormente en el suelo, descubriendo unas
estrechas escaleras.
Imaginó que
era la antesala de una cripta.
Descendió por
ellas con agilidad desembocando en una sombría sala.
La luz de la
linterna le mostró dos sepulcros de blanco mármol, elevados sobre un pedestal
del mismo material.
Se aproximó
hacia uno de ellos y enfocó su base. El nombre que leyó, grabado sobre ella, le
heló la sangre.
Raoul, Vizconde de Chagny
La linterna
comenzó a temblar en sus manos.
Contuvo la
respiración mientras dirigía su mirada hacia el sepulcro continuo.
No puede ser…
Cerró los ojos
brevemente antes de leer el nombre:
Christine de Chagny.
Un sudor frío
comenzó a deslizarse por sus sienes.
Intentó
tranquilizarse mientras iluminaba la superficie de ambas tumbas, donde
vislumbró el escudo familiar. Volvió a leer aquel nombre, como si hubiese sido
víctima de un mal sueño y deseara cerciorarse de nuevo.
«No hay duda;
es ella»
Se apoyó en el
muro que delimitaba aquella cripta, pasándose una mano por sus enrojecidos
ojos.
Permaneció
absorto varios minutos en la aprensiva oscuridad que le rodeaba, procurando
hacer frente a la realidad que tenía ante sí.
En ese momento
una pregunta invadió su mente.
¿Por qué no
habían sido enterrados junto a los demás Chagny en el mausoleo familiar?
La misma
situación compartían los padres y el tío de Christelle, que se hallaban en otro
diferente…
Pensó en la
posibilidad de que, a raíz de la publicación de la novela de Leroux, sus
familiares deseasen que su linaje pudiera descansar lejos de aquel mito, de
aquella publicidad molesta que se generaría en torno a ellos. Quizás fuera
debido a ello, el hecho de que en su fachada no figurara nombre o apellido
alguno.
Inspiró con
fuerza aquel aire seco y polvoriento y alzó su vista para encontrarse con un
nuevo hallazgo.
Frente a él y
detrás de los dos sepulcros, se hallaba la estatua de un ángel de piedra.
Su sola
presencia inspiraba respeto, como si fuese el guardián que custodiara en
silencio aquellas tumbas.
Kyriel se
aproximó hasta él sintiendo un estremecimiento cuando contempló a a la luz de
la hermosa escultura.
Aquel ángel se
hallaba tocando un violín.
Su rostro, con
el pelo cayendo en cascada sobre sus hombros y los ojos entrecerrados,
transmitía sosiego e inspiración.
Sus finos
dedos sujetaban el instrumento de piedra con extrema sutileza.
La técnica
escultórica del «paño mojado» hacía que la túnica que portaba hasta su s
desnudos pies, modelara perfectamente todo su cuerpo.
Unas bellas
alas se abrían sobre su espalda, simulando emprender el vuelo hacia el más
allá.
En su base,
rozando sus pétreos pies, se encontraban esculpidas, semejando un libro
abierto, unas partituras.
Kyriel se
inclinó sobre ellas y las alumbró con la linterna.
La música
recogida en aquellos grisáceos pentagramas no le era completamente desconocida…
Una
exclamación se le escapó de sus labios al reconocer las notas musicales de La
Resurrección de Lázaro, la melodía que el padre de Christine solía tocar para
ella con su violín cuando aún era una niña.
Volvió a
contemplar aquella estatua envuelta en un halo de extraña belleza.
Fue entonces
cuando se percató de una minúscula llave, que atada a una finísima cadena,
pendía del arco del violín...
Sandra
Andrés Belenguer, El Violín Negro
No hay comentarios:
Publicar un comentario