No llegué a
conocer en persona a Siobhan Dowd. Solo la conozco como
la conoceréis la mayoría de vosotros: a través de sus extraordinarios libros. Cuatro
novelas para jóvenes llenas de fuerza, dos de ellas publicadas en vida, dos
después de su temprana muerte. Si no las habéis leído, poned remedio a ese descuido
inmediatamente.
Este habría
sido su quinto libro. Tenía los personajes, una premisa y un inicio. Lo que no
tenía, desgraciadamente, era tiempo.
Cuando me
preguntaron si estaría dispuesto a convertir su trabajo en un libro, dudé. Lo
que no quería —lo que no podía hacer— era escribir una novela imitando su voz.
Eso habría sido hacerle un flaco favor a ella, al lector, y sobre todo a la
historia. No creo que la buena escritura pueda funcionar así.
Pero lo que
tienen las buenas ideas es que generan otras ideas. Casi antes de que pudiera
evitarlo, las ideas de Siobhan me
sugirieron otras nuevas, y empecé a sentir ese deseo que todo escritor ansía:
el deseo de juntar palabras, el deseo de contar una historia.
Sentí —y
siento— que me habían cedido un testigo, como si una escritora especialmente
dotada me hubiera dado su historia y me hubiera dicho: «Adelante. Corre con
ella. Métete en líos». Y eso fue lo que intenté hacer. A lo largo del camino
tuve una única directriz: escribir un libro que a mi parecer a Siobhan le
habría gustado. Ningún otro criterio importaba realmente.
Y ahora ha
llegado el momento de pasarte el testigo. Las historias no terminan con los
escritores, aun cuando sean muchos los que tomen la salida. Aquí tienes lo que
se nos ocurrió a Siobhan y a mí. Así que, adelante. Corre con ello.
Métete en
líos.
Patrick Ness, Un Monstruo Viene a
Verme
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