Hace tiempo, leyendo una antología de cuentos de Ray Bradbury, uno de los grandes maestros norteamericanos considerado como el poeta de la ciencia ficción, me encontré con el siguiente prólogo.
La verdad, me atrae mucho esa familia, pero no estoy tan seguro de si me gustaría pertenecer a ella, "familia locos".
Otro día hablaremos sobre la cita que aparece en el dibujo:
Julio Verne fue mi padre. H. G. Wells fue mi tío sabio. Edgar Allan Poe era el primo con alas de murciélago que guardábamos en lo alto del desván. Flash Gordon y Buck Rogers fueron mis hermanos y amigos. Ahí tenéis mi linaje. Añadiendo, por supuesto, el hecho de que, muy probablemente, Mary Wollstonecraft Shelley, la autora de Frankenstein, era mi madre. Con una familia así, de qué manera podría haber salido distinto a como salí: un escritor de extrañas fantasías y cuentos de ciencia ficción.
Viví en lo alto de los árboles, junto a Tarzán, buena parte de mi vida, con mi héroe, Edgar Rice Burroughs. Cuando abandoné el follaje de un salto, pedí una máquina de escribir de juguete para Navidad, durante mi duodécimo año. En esa máquina destartalada escribí mis primeros episodios, imitando John Carter, jefe de los guerreros de Marte, y episodios enteros de Chandú el Mago, de memoria. Envié cupones y creo que me asocié a todas las sociedades secretas de radio que existían. Guardaba cómics, la mayoría los tengo todavía, en unas grandes cajas que están en mi sótano de California. Iba a las matinales de cine. Devoraba las obras de H. Rider Haggard y Robert Louis Stevenson. En medio de mis veranos infantiles, saltaba alto y me sumergía profundamente en el vasto océano del Espacio, mucho, mucho antes de que la Edad Espacial misma fuera más que una motita de mosca en el telescopio de doscientas pulgadas del Monte Palomar.
En otras palabras, estaba enamorado de todo lo que hacía. Mi corazón no latía, explotaba. Yo no me entusiasmaba con un tema, yo desbordaba. Siempre he corrido deprisa y he gritado fuerte a causa de una lista de cosas grandiosas y mágicas sin las cuales sabía, simplemente, que no podía vivir.
Era un niño mago imberbe que extraía irritables conejos del interior de sombreros de cartón piedra. Me transformé en un mago adulto y barbado que extraía cohetes de su máquina de escribir y de la Inmensidad de las Estrellas que se extendía tan lejos como los ojos y la mente podían ver o imaginar.
Mi entusiasmo me sostuvo bien a través de los años; nunca me he cansado de los cohetes y las estrellas. Nunca he dejado de disfrutar la honesta diversión de morirme de miedo con algunas de mis narraciones más misteriosas y oscuras.
Por tanto, aquí, en mis cuentos, encontraréis no sólo elementos espaciales, sino toda una serie de elementos oscuros, aterradores, deleitosos. Encontraréis prácticamente todas las facetas de mi naturaleza y de mi vida que queráis descubrir. Mi capacidad para reír a carcajadas ante el cabal descubrimiento de que estoy vivo en un mundo extraño, salvaje y regocijante. Mi capacidad, igualmente grande, para sobresaltarme y sentir que se me pone la piel de gallina cuando huelo extraños hongos que crecen en mi sótano a medianoche, o escucho a una araña que juguetea con su red de tapicería en mi armario, justo antes del amanecer.
El niño mago habla en mi interior desde edades remotas. Yo me hago a un lado y le dejo decir lo que más necesita decir. Le escucho y disfruto.
Espero que vosotros disfrutéis también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario