El
Ayuntamiento de Talavera, Toledo, ha adoptado una medida radical para evitar
que los peatones mueran atropellados por cruzar la calle mientras leen sus
tuits y responden sus whatsapps. Se trata de poner un cartel en la acera de
enfrente que recomienda: “Responde cuando hayas cruzado”. El consejo es bueno,
sin duda, pero parece poco probable que llegue a sus destinatarios, los que
cruzan mirando el móvil, ya que estarán mirando el móvil, precisamente, en vez
de leer el cartel.
El efecto
Talavera es una buena metáfora de la brecha digital, ese abismo que
supuestamente separa a los jóvenes que han crecido con un ordenador en las
manos de los viejos que nunca pasaron de la Olivetti. Si el peatón no lee el
cartel, ¿la culpa es del peatón o del que puso el cartel? Si entre los antiguos
egipcios los únicos que sabían leer eran los escribas, ¿la culpa es de los
egipcios ignorantes o del sádico que inventó la escritura jeroglífica? Si el
viejo no sabe usar un ordenador, lo más probable es que la culpa no sea del
viejo, sino del programador. Es el efecto Talavera.
La brecha
digital es un problema que desaparecerá más temprano que tarde. Para empezar,
porque las primeras generaciones que crecieron con el ordenador ya van estando
un poco talluditas, y en pocas décadas reemplazarán a los últimos analfabetos
digitales en las filas de la tercera edad. Y en segundo lugar, porque las
interfaces con el usuario han mejorado de manera drástica durante los últimos
40 años, y seguirán haciéndolo a un ritmo acelerado.
En los últimos
años setenta todavía había que programar los ordenadores —unos mamotretos de
dimensiones inmobiliarias— usando tarjetas perforadas. La escuela de Telecos de
Madrid tenía uno para que los alumnos hicieran las prácticas de primer curso
perforando todos esos agujeritos en una pila de cartones. Para manejar aquellos
ordenadores no solo había que ser ingeniero, sino también tener la paciencia
del santo Job. Luego vinieron esas pantallas de tubos catódicos que te
enseñaban unas letras de un horrible verde fosforescente que seguían
parpadeando en tu mente mientras dormías, o lo intentabas. Luego llegó el
Windows concebido por los genios del MIT y convertido por Bill Gates en una de
las mayores industrias de nuestros tiempos. Y la cosa ha seguido yendo a mejor,
a mucho mejor, hasta convertir a las máquinas en unos dispositivos muy
amigables con el usuario.
Conozco muchas
abuelas que, con tal de permanecer en contacto con sus nietos, se manejan de
maravilla con sus teléfonos y tabletas. Para ellas no hay brecha digital.
Javier Sampedro, El País 15 de septiembre de 2016
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