fue un
personaje real que vivió en la Francia del siglo XVII. De joven adquirió fama
de pendenciero y espadachín. Más tarde se dedicaría a las letras. Con el título
genérico de El Otro Mundo, Cyrano escribió dos obras que están
consideradas como un precedente de la ciencia-ficción. La primera fue Los
Estados e Imperios de la Luna e Historia de la República del Sol. Las dos
fueron publicadas póstumamente y purgadas por sus amigos para evitar la
persecución inquisitorial.
Tal
fue su fama, que en 1897, en París, Edmond Rostand estrena la obra
teatral Cyrano de Bergerac, donde crea un personaje inolvidable lleno
de contrastes, hábil con la espada y con la palabra, y capaz del sacrificio más
grande: quedarse en la sombra mientras regala sus palabras y su ingenio a su
rival, el tan apuesto como poco ingenioso Christian, que es quien consigue el
amor de la bella Roxana. Es ese Cyrano arrogante, soñador, generoso, impulsivo
el que nos interesa hoy
Os
ofrezco, ya que San Valentín está cercano, una de sus cartas de amor, y un
fragmento de la obra de Rostand, donde Roxana…
¿Debo llorar, debo escribir, debo morir?
Vale más que escriba: mi tintero me prestará
más tinta que lágrimas mis ojos; y cuando pensase en curarme de la tristeza de
vuestra ausencia por mi muerte, no sería por acercarme a vos, pues París está
más cerca de Saumur, que Saumur de los Campos Elíseos.
¿Pero qué os escribiría, buenos dioses?
Nada, excepto que espero pronto viajar hacia Poitou o hacia el Infierno, que os
ruego que consoléis a mis amigos por la pérdida que van a sufrir por vuestra
causa y que si deseáis mandarme cualquier cosa, me dirijáis vuestras cartas al
cementerio de Saint-Jacques; allí es donde vuestro mensajero tendrá noticias
mías: el sepulturero o mi epitafio le informarán del lugar donde estoy y leerá
que, no sabiendo dónde encontraros en este mundo, he partido hacia el otro bien
seguro de que allí vendríais también vos. Que no os resultará de poco consuelo
cuando, para protegeros de las insolencias del Diablo, os encontréis a este
otro diablo, señora,
vuestro servidor, De Bergerac
Savinien de Cyrano de Bergerac,
Cartas de amor
ROSANA. (En pie, junto a él.) ¡Cada uno de nosotros tiene una herida:
yo, la mía... ¡Esta vieja herida, sin embargo, está siempre viva! (Pone su mano
sobre el pecho.) ¡Está aquí, bajo una carta de papel amarillento, donde aún se
pueden ver lágrimas y sangre!
(El crepúsculo va cayendo.)
CYRANO. ¡Su carta!... ¿No me prometisteis dejármela leer algún día?
ROSANA. Sí. ¿Lo deseáis?... ¿Deseáis leer su carta?
CYRANO. Sí. Quiero leerla... ¡hoy!
ROSANA. (Dándole la bolsita que pende de su cuello.) Tomadla.
CYRANO. (Cogiéndola) ¿Puedo abrirla?
ROSANA. Sí. ¡Podéis leerla también!
(Ella vuelve a su labor y se entretiene replegando y ordenando sus
lanas.)
CYRANO. (Leyendo.) «Rosana, adiós. ¡Voy a morir!...
ROSANA. (Deteniéndose asombrada.) ¿Pero en voz alta?
Cyrano. (Continuando su lectura.) «Esta tarde, amada mía, tengo el
corazón lleno de amor no expresado... ¡y voy a morir! Nunca, jamás mis ojos
embriagados, mis miradas alegres...»
ROSANA. ¡Cómo leéis esa carta!...
CYRANO. «...alegres de amor, no
volverán a besar al vuelo vuestros gestos... ¡os envío en esta carta el beso
acostumbrado para que, por mí, él toque vuestra frente! Quisiera gritar...»
ROSANA. (Turbada.) ¡Cómo leéis esta carta!
(La noche cae insensiblemente.)
CYRANO. «y grito: ¡Adiós!»
ROSANA. ¡La leéis...!
CYRANO. «¡Querida! ¡Amada mía! ¡Mi tesoro!...»
ROSANA. (Soñadora.) ¡...Con una voz...!
CYRANO. «¡Amor mío...!»
ROSANA. ¡...Con una voz...! (Se estremece.) Pero... ¡no es la primera
vez que yo oigo esa voz! (Se acerca suavemente sin que Cyrano se dé cuenta,
pasa por detrás de su sillón, se inclina sin ruido, mira la carta. La sombra
aumenta.)
CYRANO. «...Mi corazón no os abandona un instante. Soy y seré siempre,
hasta en el otro mundo, el que os ame sin medida, el que...»
ROSANA. (Poniéndole la mano en los hombros.) ¿Cómo podéis leer ahora?
¡Es de noche! (Él se estremece, se vuelve, la ve junto a sí, hace un gesto de
emoción y baja la cabeza. Larga pausa. Después, cuando ya la oscuridad es completa,
Rosana añade lentamente, juntando las manos.) Y durante catorce años, habéis desempeñado
el papel del viejo amigo que viene para ser simpático!...
CYRANO. ¡Rosana!
ROSANA ¿Erais vos?
CYRANO. ¡No, Rosana, no!
ROSANA. Hubiera debido adivinarlo cuando él decía mi nombre.
CYRANO. ¡No! ¡No era yo!
ROSANA. ¡Erais vos!
CYRANO. ¡Os juro...!
ROSANA. Adivino toda esta impostura generosa. ¡Las cartas eran
vuestras!
CYRANO. ¡No!
ROSANA. ¡Aquellas palabras amorosas y ardientes eran vuestras!
CYRANO. ¡No!
ROSANA. ¡Aquella voz en la oscuridad era vuestra!
CYRANO. ¡Os juro que...!
ROSANA. Y el alma... ¡el alma era la vuestra!
CYRANO. ¡Yo nunca os amé!
ROSANA. ¡Vos me amasteis!
CYRANO. (Debatiéndose.) ¡Era el otro!
ROSANA. ¡Vos me amasteis!
CYRANO. (Con voz débil.) ¡No!
ROSANA. ¡Ya lo decís más bajo!
CYRANO. ¡No!... No, amor mío... ¡yo nunca os amé!
ROSANA. ¡Ay!... ¡cuántas cosas ya muertas vuelven a renacer... ¿Por qué
habéis callado durante catorce años si las lágrimas de esta carta no eran de él
sino vuestras?
CYRANO. (Tendiéndole la carta.) ¡Pero la sangre era suya!
ROSANA. Entonces, ¿por qué romper hoy ese sublime silencio?
Edmond Rostand, Cyrano de
Bergerac
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