El mendigo, que sigue a su lado, come como los demás. Les sirven
seis onzas de pan y tres cuartos de pinta de gachas. En realidad no es otra
cosa que una especie de papilla asquerosa que resulta de cocer tres partes de
avena diluida en tres cubos y medio de agua caliente. Hace esfuerzos por tragar
aquello y su amigo, el pelirrojo barbudo de la horrible cicatriz, que le mira
de reojo, le dice:
—Disimula las arcadas, amigo. Yo antes de venir aquí estoy dos
días sin comer. Así doy el pego.
—Tú no eres uno de ellos. Eso es evidente.
—No, pero a mí no se me nota tanto como a ti. Eres español, ¿no?
—Sí.
—Ese disfraz puede engañarles a ellos, pero no a mí. Muchos de
estos tipos matarían por esas botas que llevas. Las compraste en una tienda de
ropa de viejo, ¿verdad?
El Desconocido asiente mirando al mendigo con cara de sorpresa.
—Pues un verdadero habitante de Whitechapel, de los que están en
el arroyo, no podría pagárselas, ¿comprendes? Tu disfraz es muy mejorable.
—Ya.
—Otra cosa, amigo.
—¿Sí? —De momento, puedes engañar a esta gente con la excusa de
que eres extranjero, pero tu forma de expresarte te delata.
—El inglés no es mi primera lengua, ¿recuerdas?
—Ya, ya, pero si se supone que aprendes nuestra lengua en las
calles, debes hablar como se hace en las calles, ¿entiendes? Cuando te refieras
a alguien dile «tío», vivir en las calles es «estar en el arroyo»…
—Tomo nota.
—Esto es «el clavo».
—¿Cómo?
—Sí, que no digas ir a un albergue. Entrar en uno de estos lugares
es estar en «el clavo».
—¿«El clavo»?
—Sí, esto se llama «el clavo». Hablan de ello con desdén, detestan
venir aquí pero lo hacen para descansar.
—¿Descansar?
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Apenas unas horas.
—Se nota. Tienes que aprender. Mira, a ti te delata tu buena forma
física, en el baño he visto que estás bien nutrido.
—Tú en cambio estás muy flaco.
—Es mi constitución, tengo suerte en eso. Además sólo como para
mantener viva esta maquinaria, los placeres de la buena mesa nunca fueron algo
que me sedujera. No pierdo el tiempo en cosas inútiles. La mente es lo
importante, amigo. El cuerpo es sólo un pequeño soporte que te permite
mantenerla funcionando. El caso es que se nota que llevas poco tiempo aquí. Un
habitante del arroyo suele ser mayor que tú, no pueden acceder a un trabajo por
su aspecto y su debilidad y vienen a los albergues cuando pueden para poder echar
unas horas de sueño. En las calles es impensable. No se puede dormir de noche
en mitad de una plaza en Whitechapel, te desplumarían en un abrir y cerrar de
ojos. Pero es que por las mañanas es imposible encontrar un rincón tranquilo
porque enseguida se te acerca un guardia y te dice: «Circule, circule». Por
eso, cuando estos desgraciados llevan dos o tres días vagando por las calles
sin dormir, vienen a uno de estos albergues, donde duermen dos noches.
Ingresan, pasan un día entero trabajando en tareas para el albergue, y al día
siguiente salen. Es un círculo vicioso: si están en las calles se deterioran y
si están aquí no pueden buscar trabajo. Están condenados.
—Vaya, es algo terrible.
—No es de extrañar que los anarquistas y los socialistas estén haciendo
su agosto en este pozo de miseria. Pero debes concentrarte en hablar en jerga,
¿entiendes?
—Sí, «el clavo». ¿Se enfadarán si no como? Los vigilantes, digo.
—Mal dicho. Se «mosquerarán».
—Sí, perdón. Se «mosquearán».
—Exacto. No te preocupes por eso, yo me como lo tuyo. Tengo
hambre. Pero ojo al lenguaje. Por ejemplo, si te refieres a alguien del West
End dices: «un petimetre», «un peripuesto» o «un pijo».
—Ese tío es un pijo —dice el Desconocido demostrando que aprende la
lección.
—¡Correcto! Aprendes rápido. ¿Qué eres, detective? ¿Qué hace un
español disfrazado de pordiosero en el East End? ¿Qué se te ha perdido aquí?
Debe de ser algo muy gordo —reflexiona el mendigo.
El Desconocido mira entonces a su interlocutor con curiosidad. Contraataca:
—¿Y tú? Esa cicatriz que llevas… es látex, ¿verdad?
—Vaya, eres observador… Sí señor, una sustancia que se extrae de
una planta…
—Hevea brasiliensis.
—Sabes muchas cosas, amigo.
—Tú más.
—Un español, probablemente detective… aquí… es raro… —dice el mendigo.
—Sólo conozco a un tipo capaz de disfrazarse así, como tú, y vive
en Londres, curiosamente —apunta el Desconocido.
—Disfrazado, con redaños para meterse en el East End… El mejor de Europa,
bueno, el segundo…
—Un tipo que conoce los bajos fondos como para disfrazarse y dar
el pego… Tú eres… usted es… ¡Holmes!
—Y usted ¡Víctor Ros!
Jerónimo
Tristante, Victor Ros y el Gran Robo del Oro Español
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