domingo, 4 de diciembre de 2016

LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DÍAS


La Tierra ha disminuido de tamaño, puesto que hoy en día puede recorrerse diez veces más rápidamente que hace cien años.

Estas palabras están en el origen del viaje que emprende el protagonista, Phileas Fogg, el cual muestra su confianza en los adelantos en los transportes —corre el año 1872— jugándose veinte mil libras con sus compañeros de un selecto club londinense: asegura que en ochenta días podrá dar la vuelta al mundo.

Inicia tan audaz viaje acompañado de Passepartout, su fiel criado, que no puede sino asombrarse cuando su metódico amo le comunica sus planes. En el fondo no es tan extraño, un hombre tan puntual es el más indicado para abordar tal empresa.

Así tenemos de nuevo a una de esas, ya clásicas, parejas de Julio Verne: Fogg, que confía plenamente en la tecnología, en la ciencia y la razón, y Passepartout, mucho más pragmático, impulsivo y... divertido. Por supuesto a lo largo del viaje los dos cambian, Fogg hasta se enamora y Passepartout casi estaría dispuesto a jugarse su sueldo por asegurar que el itinerario podría haberse realizado solo en 78 días.

Después de atravesar Asia y América, de cruzar varios mares, de enfrentarse a los peores temporales, de rescatar a una bella dama hindú y de escapar de una falsa acusación de robo, lograrán llegar a tiempo, aun quemando su última nave. Aunque casi se lo impedirá un descuido imperdonable en alguien que hacía del reloj su dios.

Verne sostenía: «todo lo que un hombre puede imaginar, otros hombres serán capaces de realizarlo»; y en su libros podemos comprobar como muchos de los adelantos que imaginó se han hecho realidad. En La Vuelta al Mundo en Ochenta Días Verne no se sale de lo verosímil, ya  que el viaje era efectivamente posible.

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