A estas horas, sábado, estará cerrando el
mercadillo de Portobello.
Os ofrezco un
fragmento del relato de fantasmas Portobello
Road de la escritora británica Muriel
Spark, que podéis encontrar en la antología La Eva Fantástica. Y para terminar, cambiando de estilo, una canción
de la casa Disney de su película La
Bruja Novata.
Después de ver
a George arrastrado hacia casa por Kathleen ese sábado, en Portobello Road,
pensé que tal vez pudiese verlo más veces en circunstancias similares. Al
sábado siguiente lo busqué y, por fin, allí estaba, sin Kathleen,
semipreocupado, semiesperanzado.
Destruí sus
esperanzas. Le dije: «¡Hola, George!».
Miró en mi
dirección, clavado en medio de la corriente de los mercachifles de esa calle
alegre. Pensé para mis adentros: «parece como si tuviese un montón de paja en
la boca». Fueron su reciente barba de color maíz y el mostacho que rodeaban su
boca grande lo que me sugirió ese pensamiento, risueño y lírico como la vida.
—¡Hola,
George! —dije otra vez.
Yo
hubiera tenido inspiración para decir más
cosas en esa mañana agradable, pero él no esperó. Se marchó por una calle
lateral, y por otra, y bajó por otra distinta en zigzag, apartándose y dando
tantas vueltas como pudo para huir de Portobello Road.
Sin embargo,
volvió la semana siguiente. La pobrecita Kathleen lo había llevado en su coche.
Lo aparcó en el extremo de la calle y bajó con él, llevándolo bien cogido del
brazo. Me dio pena ver a Kathleen ignorante del despilfarro de centelleos que
había en los puestos. Yo misma había visto una bonita caja Battersea, muy del
gusto de ella, y también unos pendientes de plata esmaltada. Pero ella no
prestó atención a aquel género, agarrada a George y, pobrecita Kathleen…, no puedo
decir cuál era el aspecto que tenía.
Y George
estaba demacrado. Sus ojos parecían haberse vuelto más pequeños, como si
hubiese estado sufriendo en esos días. Subió por la calle, con Kathleen cogida
de su brazo, tambaleándose de una acera a otra, mientras su mujer se disculpaba
a su lado, cada vez que la muchedumbre reivindicaba su derecho a ir por la
calle.
—¡Oh, George!
—le dije. No tienes buen aspecto, George.
—¡Mira!
—exclamó George—. Allí, junto al puesto de quincallería. Es Needle.
Kathleen
estaba llorando.
—Vamos a casa,
cariño —dijo ella.
—¡No tienes
buen aspecto, George! —dije yo.
Lo ingresaron
en una clínica. Se mantenía bastante tranquilo, excepto en las mañanas de los
sábados, que era cuando tenían problemas para mantenerlo dentro, y lejos de Portobello
Road.
Muriel Spark, Portobello Road
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