Habían puesto la mesa debajo de
un árbol, delante de la casa, y la Liebre de Marzo y el Sombrerero estaban
tomando el té. Sentado entre ellos había un Lirón, que dormía profundamente, y
los otros dos lo hacían servir de almohada, apoyando los codos sobre él, y
hablando por encima de su cabeza. «Muy incómodo para el Lirón», pensó Alicia.
«Pero como está dormido, supongo que no le importa.»
La mesa era muy grande, pero los
tres se apretujaban muy juntos en uno de los extremos.
—¡No hay sitio! —se pusieron a
gritar, cuando vieron que se acercaba Alicia.
—¡Hay un montón de sitio!
—protestó Alicia indignada, y se sentó en un gran sillón a un extremo de la
mesa. (…)
— No es muy correcto por tu
parte sentarte con nosotros sin haber sido invitada —dijo la Liebre de Marzo.
—No sabía que la mesa era suya
—dijo Alicia—. Está puesta para muchas más de tres personas. (…)
—¿Es ésta la razón de que haya
tantos servicios de té encima de la mesa? —preguntó.
—Sí, ésta es la razón —dijo el
Sombrerero con un suspiro—. Siempre es la hora del té, y no tenemos tiempo de
lavar la vajilla entre té y té.
—¿Y lo que hacen es ir dando la
vuelta? a la mesa, verdad? —preguntó Alicia.
—Exactamente —admitió el
Sombrerero—, a medida que vamos ensuciando las tazas.
—Pero, ¿qué pasa cuando llegan
de nuevo al principio de la mesa? —se atrevió a preguntar Alicia. (…)
—Toma un poco más de té —ofreció
solícita la Liebre de Marzo.
—Hasta ahora no he tomado nada
—protestó Alicia en tono ofendido—, de modo que no puedo tomar más.
—Quieres decir que no puedes
tomar menos —puntualizó el Sombrerero—. Es mucho más fácil tomar más que nada.
—Nadie le pedía su opinión —dijo
Alicia.
—¿Quién está haciendo ahora
observaciones personales? —preguntó el Sombrerero en tono triunfal.
Alicia no supo qué contestar a
esto. Así pues, optó por servirse un poco de té y pan con mantequilla. (…)
—Quiero una taza limpia —les
interrumpió el Sombrerero—. Corrámonos todos un sitio.
Se cambió de silla mientras
hablaba, y el Lirón le siguió: la Liebre de Marzo pasó a ocupar el sitio del
Lirón, y Alicia ocupó a regañadientes el asiento de la Liebre de Marzo. El
Sombrerero era el único que salía ganando con el cambio, y Alicia estaba
bastante peor que antes, porque la Liebre de Marzo acababa de derramar la leche
dentro de su plato. (…)
Esta última grosería era más de
lo que Alicia podía soportar: se levantó muy disgustada y se alejó de allí. El
Lirón cayó dormido en el acto, y ninguno de los otros dio la menor muestra de
haber advertido su marcha, aunque Alicia miró una o dos veces hacia atrás, casi
esperando que la llamaran. La última vez que los vio estaban intentando meter
al Lirón dentro de la tetera.
—¡Por nada del mundo volveré a
poner los pies en ese lugar! —se dijo Alicia, mientras se adentraba en el
bosque—. ¡Es la merienda más estúpida a la que he asistido en toda mi vida!
Lewis Carroll, Alicia en el País de las
Maravillas
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