martes, 12 de mayo de 2015

LONG JOHN SILVER

Año de gracia 1742. He vivido mucho, eso nadie me lo puede negar. Todos los que he conocido están muertos. A algunos los he mandado yo mismo al otro mundo, si es que existe, aunque ¿por qué tendría que existir? De veras espero que no exista, porque de lo contrario tendríamos que vernos de nuevo las caras allá en el Infierno: el ciego Pew, Israel Hands, Billy Bones, el idiota de Morgan, que se atrevió a pasarme el punto negro, y todos los demás, incluido Flint, Dios lo tenga en Su Reino, si es que Dios existe. Y todos me darían la bienvenida; me harían una reverencia y dirían que todo vuelve a ser como antes. Pero al mismo tiempo el miedo les saldría a relucir como sale un sol ardiente sobre un pálido mar. «¿Miedo a qué?», me pregunto. En el Infierno no pueden temer a la muerte. Si no, ¿qué iba a ser aquello?
No, ellos nunca tuvieron miedo a la muerte; por lo general, lo mismo les daba vivir que morir. De todos modos, sospecho que incluso en el Infierno me tendrían miedo. Me pregunto por qué. Del primero al último, hasta el propio Flint, que era el hombre más valiente que he conocido, todos me tenían miedo.
A pesar de ello, doy gracias a los cielos porque nunca pudimos recobrar el tesoro de Flint. De lo contrario, sé muy bien qué habría pasado. Los demás se habrían gastado hasta el último céntimo en pocos días. Y después habrían ido a buscar al viejo Long John Silver, a la única alma a la que podían recurrir, y le habrían suplicado que les diera más. Siempre era así. No aprenderían nunca.
De todas formas he comprendido una cosa. Hay gente que no sabe que está viva. Es como si no se dieran cuenta de que existen. Quizás ésa es la diferencia. Yo tenía buen cuidado del pellejo que me quedaba en el cuerpo. Mejor condenado a muerte que ahorcarme yo mismo, si es que se puede elegir. Los nudos corredizos no me gustan nada.
¿Era ésa la razón de que no me pareciera a nadie? ¿Que yo sí sabía que estaba vivo? ¿Que yo sabía mejor que nadie que uno sólo tiene una oportunidad de vivir a este lado de la tumba? ¿Por eso asustaba yo a los peores y a los mejores, porque me importaba un bledo la vida que hubiera después de ésta?
Puede ser. Pero está claro que yo no se lo ponía fácil al que quisiera ser igual que yo, ser mi aliado. Me llamaron Barbacoa desde el día que me cortaron la pierna, y aquella jornada la guardo en la memoria con pelos y señales. Sí. Si hay algo que recuerde de esta vida es cómo perdí la pierna, y por qué y cuándo me pusieron este sobrenombre. ¿Cómo podría olvidarlo? Lo tengo presente cada vez que me despierto.
Björn Larsson, Long John Silver

¿Quién no recuerda a Long John Silver, el famoso Pata de Palo de La Isla del Tesoro, una de las obras maestras de Robert Louis Stevenson? Espíritu rebelde, audaz y mujeriego, el intrépido marino surcó los mares a las órdenes de piratas tan temidos como England o Flint, contrabandeó en las costas de Francia y fue vendido como esclavo en las Antillas, convirtiéndose en el personaje más carismático y controvertido de Stevenson.
Este hombre seductor, capaz de mil traiciones y siempre dispuesto a pactar para sobrevivir, nos cuenta ahora su intensa vida desde su retiro en la isla de Madagascar: así es como la magia de la letra impresa consigue hacernos llegar una autobiografía imposible y sin embargo tan real como las mejores páginas de la buena literatura.
Björn Larsson es el autor de esta historia que nos regala la voz de Pata de Palo para que él mismo nos diga la verdad, y nada más que la verdad, sobre sus andanzas de hombre y marinero.

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