jueves, 15 de febrero de 2018

UN DISFRAZ POCO APROPIADO

Continúa el Carnaval...

Eleonora se estaba congelando con su disfraz de romana. Una túnica blanca fruncida en el pecho por una cinta dorada apenas cubría su piel que, en aquel momento, estaba totalmente de gallina. Sus sandalias doradas tampoco ayudaban demasiado en aquella noche gélida, a pesar de que en la suntuosa fiesta de disfraces habían habilitado grandes estufas que mitigaban un poco la congelación de los dedos de sus pies, totalmente al descubierto. Se abrigó con la capa de piel sintética que había cogido para completar su atuendo, y golpeó el suelo con las sandalias para entrar en calor. Miró su copa de Lambrusco. Estaba vacía. ¿Dónde se había metido su acompañante? Levantó la cabeza, aprovechando para lucir el tocado de trenzas y moño que tanto trabajo le había costado elaborar en su fino cabello oscuro. El antifaz se bajó y le impidió ver. Estaba harta del antifaz. Se le había caído ya dos veces. La goma se desprendía del pequeño agujero y ella estaba demasiado borracha para hacerle un nudo decente. Así que se lo quitó un momento para buscar a su amigo Luigi, perdido entre tanta gente que bailaba y gritaba con serpentinas y confeti colgando de los diferentes disfraces. Empezó a moverse trabajosamente entre máscaras venecianas, leones de cobre que la saludaban con gestos mudos, payasos diabólicos que reían y le intentaban descolocar el peinado, figuras estáticas de caballeros empolvados que bebían Campari. La música tecno atronaba la plaza y el sonido rebotaba en el Castillo de San Ángelo, que parecía sumido en su eterna calma de siglos.

Vicente Garrido, Martyrium

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