Quién soy,
cuál era mi nombre hasta hoy, y yo dormía en la niebla creyendo que eso era el
mundo y mi vida un sencillo telar donde las puntadas imitaban la imagen que mis
ojos veían fuera de mí. Cómo me llamo ahora, cuando mis ojos abiertos estallan
en lágrimas y todo el mundo que miran solo tiene una luz, la de él mirándome.
Dónde estaba la vida hasta hoy, esta vida que hoy me inunda el pecho y quiero
gritar, gritar el aire nuevo que palpita dentro de mí, gritar que he nacido,
que hoy nazco, gritar que hoy es el primer día de mi vida porque hoy siento que
estoy viva, que hoy comprendo lo que significa vivir, que hoy mi corazón me ha
encontrado y late en mi garganta y en mi piel, que su latido me hace temblar de
júbilo y llanto, que hoy he despertado y hasta hoy no sabía que solo estaba
dormida.
Mi nombre es
Isabel…, pero no me llamo así. Me llamo suya, me llamo amor para él, me llamo
luz de su boca nombrándome, porque solo es mi verdadero nombre lo que hoy he
escuchado en sus labios llamándome.
El mundo se
llama Diego. Mi mundo tiene su nombre, su nombre amado y hermoso a mis oídos y
mi sueño, Diego Marcilla. Aunque hasta hoy el mundo fuese mundo ajeno a mí
moviéndose ante mí, un mundo de otros, hecho por otros, heredado como se hereda
el color de la piel y del cabello. Pero existe el mundo de verdad, el mundo que
ya conozco, y que está en mí, el mundo que ha nacido de su mirada y su silencio
mirándome, el mundo que me esperaba sin yo saberlo, aunque fuese el único
verdadero y el único que yo deseo vivir.
De dónde viene
mi certeza, cómo no había sentido nunca nada así, de cuándo le conozco y me
conoce, de qué Dios nace la fuerza que siento dentro de mí y presiento en él,
por qué Dios me elige para nacerme ahora de nuevo… No. Por primera vez, nacerme
a su comprensión completa, sí… eso quiere para mí, que alcance la gloria del
supremo conocimiento de su grandeza. Esa grandeza que siento y veo a través de
él, Diego, Diego… nombre que saborea mi lengua acariciando mis dientes como si
los hundiera en una cereza madura, su nombre dulce, su nombre tormento gozoso
que llena todo mi ser de una emoción desconocida hasta hoy. Una emoción que
solo puede ser Dios quien me la envía como un don. O como una prueba… Diego,
Diego… mi amor, mi amado, mi dueño, porque así lo manda Dios, y él lo permite.
Dios mío, te ruego mi perdón, pero te obedezco… tú ya no eres mi Señor, tú ya
no eres mi Dios, es él, es Diego Marcilla. Perdóname, te ruegan mis lágrimas
incontenibles desde que él me ha mirado y su sonrisa me ha atravesado como un
rayo enviado desde el cielo por ti, perdóname, Dios mío, no es a ti ya a quien
elevo mi plegaria, no será a ti ya a quien envíe mis oraciones, es a él, será
ya para siempre a él, a ese Diego que te cruzaste en mi vida, esta vida que
hasta hoy era morir cada día y estalla en luz y júbilo porque tú has decidido
que yo viva por fin, y que cada día sea un día más de vida gracias a él,
gracias a mi esperanza de él, gracias a que he encontrado el motivo y la
verdadera causa por la que un día nací en Teruel y sobreviví a su frío y a
todas las otras muertes ajenas.
Me detengo
aquí, soy una vasija plena y mis lágrimas me desbordan, pero no podrán vaciarme
ya nunca. Soy una vasija desbordada bajo el agua que fluye en una fuente. La
fuente nacida entre las rocas de ese manantial descubierto en el bosque del
paraíso prometido en todas y cada una de las oraciones que mi voz desde niña
elevaba a Santa María. El agua y su fuente, el manantial, el bosque pleno de
luces colándose entre las copas de los árboles y ese paraíso soñado y
encontrado se llaman Diego. Mi amor se llama Diego, mi vida se llama Diego, mi
nacimiento se llama Diego. Mi corazón desbordado se llama Diego.
Magdalena Lasala, El Beso que no
te Di
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