MENDO.— Voy a contarte, amor mío,
la historia de una
velada
en el castillo
sombrío
del Marqués de
Moncada.
Ayer… ¡triste día el
de ayer!…
Antes del anochecer
y en mi alazán
caballero
iba yo con mi
escudero
por el parque de
Alcover,
cuando cerca de la
cerca
que pone fin a la
alberca
de los predios de
Albornoz,
me llamó en alto una
voz,
una voz que insistió
terca.
Hice en seco una
parada,
volví el rostro, y la
voz era
del Marqués de
Moncada,
que con otro camarada
estaba al pie de una
higuera.
MAGDALENA.— ¿Quién
era el otro?
MENDO.— El Barón
de Vedia, un aragonés
antipático y zumbón
que está en casa del
Marqués
de huésped o de
gorrón.
Hablamos… ¿Y vos qué
hacéis?
Aburrirme… Y el de
Vedia
dijo: No os
aburriréis;
os propongo, si
queréis,
jugar a las siete y
media.
MAGDALENA.— ¿Y por qué marcó esa hora
tan rara? Pudo ser
luego…
MENDO.— Es que tu inocencia ignora
que a más de una
hora, señora,
las siete media es un
juego.
MAGDALENA.— ¿Un juego?
MENDO.— Y un juego vil
que no hay que
jugarlo a ciegas,
pues juegas cien
veces, mil,
y de las mil, ves
febril
que o te pasas o no
llegas.
Y el no llegar da
dolor,
pues indica que mal
tasas
y eres del otro
deudor.
Mas ¡ay de ti si te
pasas!
¡Si te pasas es peor!
MENDO.— ¡Serena
escúchame, Magdalena,
porque no fui yo… no
fui!
Fue el maldito
cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro
vaso
yo vi un cinco, y
dije «paso»,
el Marqués creyó otro
el caso,
pidió carta… y se
pasó.
El Barón dijo
«plantado»;
el corazón me dio un
brinco;
descubrió el naipe
tapado
y era un seis, el mío
era un cinco;
el Barón había
ganado.
Otra y otra vez
jugué,
pero nada conseguí,
quince veces me pasé,
y una vez que me
planté
volví mi naipe… y
perdí.
Ya mi peculio en un
brete
al fin me da Vedia un
siete;
le pido naipe al de
Vedia,
y Vedia me pone una
media
sobre el mugriento
tapete.
Mas otro siete él
tenía
y también naipe
pidió…
y negra suerte la
mía,
que siete y media
cantó
y me ganó en la
porfía…
Mil dineros se llevó,
¡por vida de Satanás!
Y más tarde… ¡qué sé
yo!
de boquilla se jugó,
y se ganó diez mil
más.
¿Te haces cargo, di,
amor mío?
¿Te haces cargo de
mis males?
¿Ves ya por qué no
sonrío?
¿Comprendes por qué
este río
brota de mis
lagrimales?
Yo mal no quedo, ¡no
quedo!
¡Quién diga que yo un
borrón
eché a mi grey que
alce el dedo!…
Y como pagar no puedo
los dineros al Barón,
para acabar de sufrir
he decidido… partir
a otras tierras, a
otro abrigo.
Pedro Muñoz Seca, La Venganza de Don
Mendo
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