domingo, 25 de febrero de 2018

JUGANDO A LAS SIETE Y MEDIA (Y EL CARIÑENA)



MENDO.— Voy a contarte, amor mío,
la historia de una velada
en el castillo sombrío
del Marqués de Moncada.
Ayer… ¡triste día el de ayer!…
Antes del anochecer
y en mi alazán caballero
iba yo con mi escudero
por el parque de Alcover,
cuando cerca de la cerca
que pone fin a la alberca
de los predios de Albornoz,
me llamó en alto una voz,
una voz que insistió terca.
Hice en seco una parada,
volví el rostro, y la voz era
del Marqués de Moncada,
que con otro camarada
estaba al pie de una higuera.
MAGDALENA.— ¿Quién era el otro?
MENDO.— El Barón
de Vedia, un aragonés
antipático y zumbón
que está en casa del Marqués
de huésped o de gorrón.
Hablamos… ¿Y vos qué hacéis?
Aburrirme… Y el de Vedia
dijo: No os aburriréis;
os propongo, si queréis,
jugar a las siete y media.
MAGDALENA.— ¿Y por qué marcó esa hora
tan rara? Pudo ser luego…
MENDO.— Es que tu inocencia ignora
que a más de una hora, señora,
las siete media es un juego.
MAGDALENA.— ¿Un juego?
MENDO.— Y un juego vil
que no hay que jugarlo a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril
que o te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!
MAGDALENA.— ¿Y tú… don Mendo?


MENDO.— ¡Serena
escúchame, Magdalena,
porque no fui yo… no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro vaso
yo vi un cinco, y dije «paso»,
el Marqués creyó otro el caso,
pidió carta… y se pasó.
El Barón dijo «plantado»;
el corazón me dio un brinco;
descubrió el naipe tapado
y era un seis, el mío era un cinco;
el Barón había ganado.
Otra y otra vez jugué,
pero nada conseguí,
quince veces me pasé,
y una vez que me planté
volví mi naipe… y perdí.
Ya mi peculio en un brete
al fin me da Vedia un siete;
le pido naipe al de Vedia,
y Vedia me pone una media
sobre el mugriento tapete.
Mas otro siete él tenía
y también naipe pidió…
y negra suerte la mía,
que siete y media cantó
y me ganó en la porfía…
Mil dineros se llevó,
¡por vida de Satanás!
Y más tarde… ¡qué sé yo!
de boquilla se jugó,
y se ganó diez mil más.
¿Te haces cargo, di, amor mío?
¿Te haces cargo de mis males?
¿Ves ya por qué no sonrío?
¿Comprendes por qué este río
brota de mis lagrimales?
Yo mal no quedo, ¡no quedo!
¡Quién diga que yo un borrón
eché a mi grey que alce el dedo!…
Y como pagar no puedo
los dineros al Barón,
para acabar de sufrir
he decidido… partir
a otras tierras, a otro abrigo.

Pedro Muñoz Seca, La Venganza de Don Mendo

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