martes, 9 de mayo de 2017

CUENTO DE MAYO


En mayo recibí una tarjeta de felicitación anónima para el día de la madre. Me sorprendió mucho. Estoy segura de que si hubiera tenido hijos me habría dado cuenta, ¿no?

En junio me encontré un aviso que decía: «El servicio habitual se restablecerá lo antes posible». Estaba pegado al espejo del baño junto a varias monedas pequeñas y deslustradas de denominación y origen desconocidos.

En julio recibí tres postales, a intervalos de una semana, todas con matasellos de Ciudad Esmeralda de Oz, en las que decía que quien las enviaba se lo estaba pasando muy bien, y me pedían que le recordara a Doreen que cambiara las cerraduras de la puerta trasera y me asegurara de que había anulado el pedido de leche. No conozco a ninguna Doreen.

En agosto alguien dejó una caja de bombones en el escalón de la entrada. Tenía una etiqueta en la que decía que era la prueba de un caso importante, y que no podía comerme los bombones bajo ninguna circunstancia antes de que los examinaran en busca de huellas dactilares. Como el calor del mes de agosto había derretido los bombones hasta convertirlos en una plasta blanducha, tiré toda la caja.

En septiembre recibí un paquete que contenía un ejemplar del primer número de Action Comics, una primera edición de las obras de Shakespeare y una edición privada de una novela de Jane Austen que no conocía, titulada Ingenio y aridez. No me interesan ni los cómics, ni Shakespeare, ni Jane Austen, así que dejé los libros en la habitación del fondo. Me di cuenta de que habían desaparecido una semana después, cuando fui a buscarlos porque necesitaba algo para leer en el baño.

En octubre encontré un aviso que decía: «El servicio habitual se restablecerá lo antes posible. De verdad»; estaba pegado a un lateral de la pecera de las carpas doradas. Parecía que se habían llevado dos de las carpas doradas y las habían reemplazado por sustitutos idénticos.

En noviembre recibí una nota de rescate donde me explicaban con precisión qué debía hacer si quería volver a ver a mi tío Theobald con vida. No tengo ningún tío llamado Theobald, pero me puse un clavel rosa en el ojal y me pasé el mes entero comiendo ensalada de todos modos.

En diciembre recibí una felicitación de Navidad con el matasellos POLO NORTE en la que me informaban de que ese año, debido a un error burocrático, mi nombre no figuraba ni en la lista de los Traviesos ni en la de los Buenos. Estaba firmada por alguien cuyo nombre empezaba por S. Podría haber sido Santa, pero parecía más bien Steve.

Al levantarme una mañana de enero, descubrí que alguien había pintado con pintura escarlata la frase «PÓNGASE LA MÁSCARA DE OXÍGENO ANTES DE AYUDAR A LOS DEMÁS» en el techo de mi cocina minúscula. Parte de la pintura había goteado en el suelo.

En febrero se me acercó un hombre en la parada de autobús y me mostró una estatuilla negra de un
halcón que llevaba en la bolsa de la compra. Me pidió que lo ayudara a protegerla del Hombre Gordo, y entonces vio a alguien a mis espaldas y salió corriendo.

En marzo recibí tres correos basura: el primero me informaba de que podría haber ganado un millón de dólares, el segundo decía que podrían haberme elegido para la Académie Française y en el último ponía que podría haber sido nombrada dirigente del Sacro Imperio Romano.

En abril me encontré una nota en la mesita de noche en la que se disculpaban por los problemas del servicio, y me aseguraban que, en lo sucesivo, todos los fallos del universo se habían resuelto para siempre. LE PEDIMOS DISCULPAS POR LOS MOLESTIAS, concluía.

En mayo recibí otra felicitación para el día de la madre. Pero en esa ocasión no era anónima. Estaba firmada, pero no entendí el nombre. Empezaba por la letra S, pero casi seguro que no era Steve.

Neil Gaiman

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