La soledad me devolvió la cara amarga del día. Quise pensar
solamente que había encontrado un buen amigo con el que compartir estudios y
aficiones, alguien que se refugiaba en los libros, como yo. No pude. Sabía que
no me conformaría con palabras que no fuesen pronunciadas cerca de mi oído y
que su compañía acabaría avivando unos sentimientos que aún eran
insignificantes para lo que podrían llegar a ser.
Me conocía bien: presa fácil de amores imposibles.
Muy parecida a Cyrano.
Habría sido más sencillo digerir esas tres palabras, «es mi
novía», si Pablo hubiese resultado ser un tipo superficial o con intereses muy
diferentes de los míos. Pero no, parecía inventado para mí por una mano
perversa, dispuesta a observar con curiosidad científica los avatares de mi
maltrecho amor no correspondido.
También podía huir, aún estaba a tiempo: salir corriendo en
dirección contraria, rechazar su propuesta de estudiar juntos, perderme el
intercambio de poetas y desplazarme a tomar apuntes a la primera fila de la clase.
Pero habría sido como renunciar al postre, como devolver las entradas para un
estreno, como no abrir la puerta del salón el día de Reyes.
No me lo quería perder, aunque presumía que el proceso me
resultaría doloroso.
En estas cavilaciones andaba, sentada ante mi escritorio, cuando
mis ojos se posaron sobre el libro de Cyrano, que aún no había devuelto a
Segis. Dudaba si aquel sería el mejor momento para sumergirme en sus páginas y
leer las cuitas de un amante desengañado, presa de un amor imposible.
En esa página del libro, Cyrano de $ergerac también aventaba su
desventura, transformada en versos dodecasílabos:
Hacia vos mi corazón va como un grito,
y si los besos se enviaran por escrito,
leeríais mi carta con los labios.
Los envidié. A Cyrano y a Segis, capaces de convertir su amor no
correspondido en palabras de desahogo. sedantes contra la melancolía. Las
frases no pronunciadas se habían convertido en su refugio. Una vez leí que los
refugios no valen de mucho, pero no se puede vivir siempre al raso.
Pensé que yo tampoco debía permanecer a la intemperie, con la que
me estaba cayendo. Mejor imitar a mis amigos, uno real y otro de ficción, y
refugiarme en un espacio solo mío. Yo también escribiría a mi amor imposible.
Era consciente de que, en los tiempos que corren, tiene poco
sentido escribir cartas que se van a quedar guardadas para siempre en un cajón
olvidado. Adernás, seguro que mi madre las localizaba y se las leía, menuda
vergüenza.
Entonces se me ocurrió: lanzar mis cartas al infinito universo de
internet, donde hay espacio para casi todo, incluso para crear un refugio
personal y privado que en cualquier momento podemos convertir en público.
Crearía un blog. Y eso hice: El blog de Cyrano. Pasé el resto de
la tarde escribiéndolo. No le daría a nadie la dirección, aunque quizá alguien
entrase allí por casualidad y lo leyese. Era una posibilidad, remota, pero una
posibilidad. Desde luego, no sería la persona para quien escribí esas cartas,
pero podría ser también un interlocutor válido. Escribiría sin la esperanza de
que los ojos de Pablo se posasen en mis palabras. Representaría el papel de
amiga fiel y me guardaría para el blog todo lo inconfesable.
Querido Pablo:
Me gusta tu nombre. Suena
como el agua cuando cae en los charcos y la tierra comienza a oler con la
humedad del verano. Estoy soñando, imagino que eres como yo te he pintado:
alegre y tierno, cómplice y enamorado. Si quisieras coger mi mano, te enseñaría
los atardeceres desde el templo de Debod y te pasearía por las noches llenas de
luces de Alcalá; te llenaría las manos de recuerdos y los pies de pasos
perdidos por calles trazadas con abrazos. Pero no sé quién eres, querido Pablo,
y por eso esta carta dormirá en este blog para siempre: no podría enviártela,
ni tan siquiera sin firma.
Tu amiga, hoy,
Sofía
Rosa Huertas, El Blog de Cyrano
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