jueves, 24 de septiembre de 2015

CÓMO CREÉ EL BLOG DE CYRANO

La soledad me devolvió la cara amarga del día. Quise pensar solamente que había encontrado un buen amigo con el que compartir estudios y aficiones, alguien que se refugiaba en los libros, como yo. No pude. Sabía que no me conformaría con palabras que no fuesen pronunciadas cerca de mi oído y que su compañía acabaría avivando unos sentimientos que aún eran insignificantes para lo que podrían llegar a ser.

Me conocía bien: presa fácil de amores imposibles.

Muy parecida a Cyrano.

Habría sido más sencillo digerir esas tres palabras, «es mi novía», si Pablo hubiese resultado ser un tipo superficial o con intereses muy diferentes de los míos. Pero no, parecía inventado para mí por una mano perversa, dispuesta a observar con curiosidad científica los avatares de mi maltrecho amor no correspondido.

También podía huir, aún estaba a tiempo: salir corriendo en dirección contraria, rechazar su propuesta de estudiar juntos, perderme el intercambio de poetas y desplazarme a tomar apuntes a la primera fila de la clase. Pero habría sido como renunciar al postre, como devolver las entradas para un estreno, como no abrir la puerta del salón el día de Reyes.

No me lo quería perder, aunque presumía que el proceso me resultaría doloroso.
En estas cavilaciones andaba, sentada ante mi escritorio, cuando mis ojos se posaron sobre el libro de Cyrano, que aún no había devuelto a Segis. Dudaba si aquel sería el mejor momento para sumergirme en sus páginas y leer las cuitas de un amante desengañado, presa de un amor imposible.

En esa página del libro, Cyrano de $ergerac también aventaba su desventura, transformada en versos dodecasílabos:

Hacia vos mi corazón va como un grito,
y si los besos se enviaran por escrito,
leeríais mi carta con los labios.

Los envidié. A Cyrano y a Segis, capaces de convertir su amor no correspondido en palabras de desahogo. sedantes contra la melancolía. Las frases no pronunciadas se habían convertido en su refugio. Una vez leí que los refugios no valen de mucho, pero no se puede vivir siempre al raso.

Pensé que yo tampoco debía permanecer a la intemperie, con la que me estaba cayendo. Mejor imitar a mis amigos, uno real y otro de ficción, y refugiarme en un espacio solo mío. Yo también escribiría a mi amor imposible.

Era consciente de que, en los tiempos que corren, tiene poco sentido escribir cartas que se van a quedar guardadas para siempre en un cajón olvidado. Adernás, seguro que mi madre las localizaba y se las leía, menuda vergüenza.

Entonces se me ocurrió: lanzar mis cartas al infinito universo de internet, donde hay espacio para casi todo, incluso para crear un refugio personal y privado que en cualquier momento podemos convertir en público.

Crearía un blog. Y eso hice: El blog de Cyrano. Pasé el resto de la tarde escribiéndolo. No le daría a nadie la dirección, aunque quizá alguien entrase allí por casualidad y lo leyese. Era una posibilidad, remota, pero una posibilidad. Desde luego, no sería la persona para quien escribí esas cartas, pero podría ser también un interlocutor válido. Escribiría sin la esperanza de que los ojos de Pablo se posasen en mis palabras. Representaría el papel de amiga fiel y me guardaría para el blog todo lo inconfesable.

Querido Pablo:

Me gusta tu nombre. Suena como el agua cuando cae en los charcos y la tierra comienza a oler con la humedad del verano. Estoy soñando, imagino que eres como yo te he pintado: alegre y tierno, cómplice y enamorado. Si quisieras coger mi mano, te enseñaría los atardeceres desde el templo de Debod y te pasearía por las noches llenas de luces de Alcalá; te llenaría las manos de recuerdos y los pies de pasos perdidos por calles trazadas con abrazos. Pero no sé quién eres, querido Pablo, y por eso esta carta dormirá en este blog para siempre: no podría enviártela, ni tan siquiera sin firma.

Tu amiga, hoy,

Sofía

Rosa Huertas, El Blog de Cyrano

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