Hoy ha fallecido Robin Williams.
Hoy ha fallecido el actor que encarnó a mister Keating, el profesor de literatura que todos hemos querido tener y que muchos hemos querido ser. Todos nos acordamos de la película El Club de los Poetas Muertos, y pocos recordamos el libro de N. H. Kleinbaum.
Gracias a él muchos de nuestros alumnos conocen el famoso tópico del Carpe diem, aprovecha el momento.
¿Alguna vez habéis intentado recitar en clase los siguientes versos del poema? Intentadlo a varias voces
Descubrí el Congo, negra inmensidad,
Cruzo un largo río que se va hacia el mar
Gracias a él, descubrí a Walt Whitman y su libro Hojas de Hierba, descubrí su célebre poema ¡Oh capitán, mi capitán! dedicado a Lincoln
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!,
nuestro espantoso viaje ha terminado,
la nave ha salvado todos los escollos,
hemos ganado el premio que anhelábamos,
el puerto está cerca, oigo las campanas.
Mas, ¡oh corazón, corazón, corazón!
¡oh rojas gotas que caen,
allí donde mi capitán yace, frío y muerto!
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas,
levántate, por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín,
para ti ramilletes y guirnaldas con cintas, para ti multitudes en las playas,
por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos:
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!
Debe ser un sueño que yazcas sobre el puente, derribado, frío y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven,
mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
la nave, sana y salva, ha anclado, su viaje ha concluido,
de vuelta de su espantoso viaje, la victoriosa nave entra en el puerto.
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad campanas!
Mas yo, con tristes pasos,
recorro el puente donde mi capitán yace, frío y muerto.
Escuchad el poema en inglés, en su idioma original:
Valga este pequeño homenaje a nuestro mito, a la figura que interpretó este actor
El silencio cayó sobre la clase. Los chicos observaban a su antiguo profesor con el rabillo del ojo, como si esperasen lo imposible. Keating dudó, les hizo un último saludo silencioso, luego giró sobre sus talones. Se disponía a salir de la clase cuando una voz le detuvo en seco.
—¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!
La voz de repente clara y firme de Todd acababa de sonar en el aula. Todas las miradas convergieron sobre él. Lentamente, con firmeza, Todd puso un pie en el asiento y se subió al pupitre. Tragándose las lágrimas, se mantuvo inmóvil, saludando así a su profesor.
Desconcertado por un momento ante la incongruencia de ese gesto y por la extraña dignidad que revestía, el decano se encontraba ya al borde de la apoplejía.
—¡Baje! ¡Es una orden! —aulló, dando una patada en el suelo.
Pero, mientras se desgañitaba a los pies de Todd, se vio de repente a Knox, en el otro extremo de la clase, que repetía el gesto de su compañero, alzándose sobre el pupitre. Un ramalazo de pánico pasó por los ojos del decano. Reuniendo todo su valor, Meeks se subió también a su mesa. Pitts le imitó. Uno tras otro, galvanizados por su ejemplo, los alumnos se levantaron para ofrecerle un último saludo a su profesor. Sólo unos cuantos, entre ellos Cameron, abrumados por el miedo o por los remordimientos, se quedaron sentados, con la cabeza entre los hombros.
Nolan había renunciado a hacerse con el control de la clase y miraba con furia mezclada con estupor el homenaje que se le rendía al señor Keating.
Embargado por la emoción, éste no se había movido, y allí estaba, con los ojos brillantes.
—Gracias, señores —dijo sencillamente, con un temblor en la voz—. Gracias a todos.
Miró a Todd a los ojos, y luego a todos los Poetas Muertos. Después de hacer un último gesto con la cabeza, abandonó el aula, y el colegio Welton, dejando a los chicos en pie sobre sus pupitres, dueños de sí mismos y de sus destinos.
El silencio cayó sobre la clase. Los chicos observaban a su antiguo profesor con el rabillo del ojo, como si esperasen lo imposible. Keating dudó, les hizo un último saludo silencioso, luego giró sobre sus talones. Se disponía a salir de la clase cuando una voz le detuvo en seco.
—¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!
La voz de repente clara y firme de Todd acababa de sonar en el aula. Todas las miradas convergieron sobre él. Lentamente, con firmeza, Todd puso un pie en el asiento y se subió al pupitre. Tragándose las lágrimas, se mantuvo inmóvil, saludando así a su profesor.
Desconcertado por un momento ante la incongruencia de ese gesto y por la extraña dignidad que revestía, el decano se encontraba ya al borde de la apoplejía.
—¡Baje! ¡Es una orden! —aulló, dando una patada en el suelo.
Pero, mientras se desgañitaba a los pies de Todd, se vio de repente a Knox, en el otro extremo de la clase, que repetía el gesto de su compañero, alzándose sobre el pupitre. Un ramalazo de pánico pasó por los ojos del decano. Reuniendo todo su valor, Meeks se subió también a su mesa. Pitts le imitó. Uno tras otro, galvanizados por su ejemplo, los alumnos se levantaron para ofrecerle un último saludo a su profesor. Sólo unos cuantos, entre ellos Cameron, abrumados por el miedo o por los remordimientos, se quedaron sentados, con la cabeza entre los hombros.
Nolan había renunciado a hacerse con el control de la clase y miraba con furia mezclada con estupor el homenaje que se le rendía al señor Keating.
Embargado por la emoción, éste no se había movido, y allí estaba, con los ojos brillantes.
—Gracias, señores —dijo sencillamente, con un temblor en la voz—. Gracias a todos.
Miró a Todd a los ojos, y luego a todos los Poetas Muertos. Después de hacer un último gesto con la cabeza, abandonó el aula, y el colegio Welton, dejando a los chicos en pie sobre sus pupitres, dueños de sí mismos y de sus destinos.
OSCAR AL MEJOR GUIÓN ORIGINAL DE 1989
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