En este brillante ensayo, al alcance de
cualquier lector, el matemático norteamericano John Allen Paulos nos revela
cómo nuestra incapacidad para aprender la ley de los grandes números, y todas
las probabilidades que conllevan, desinforman políticas de gobierno, confunden
decisiones personales y aumentan nuestra vulnerabilidad ante todo tipo de
pseudociencias.
¿Por qué sabemos tan pocas matemáticas?
¿Es voluntaria o no esa resistencia nuestra a comprender ese aspecto siempre
más presente en nuestra vida diaria? ¿Cuál es el coste social e individual de
esta ignorancia? Para que entendamos mejor sus argumentos sobre los grandes
números y las probabilidades, el autor recurre a divertidas y cotidianas
anécdotas ilustrativas. Comprendemos entonces sin esfuerzo por qué nos
empeñamos en jugar a la lotería o en acudir a astrólogos y adivinos, por qué
suspendemos viajes por temor a atentados terroristas, no sabemos cuadrar una
cuenta bancaria o pensamos que poco importa un billón de pesetas de más o de
menos en los presupuestos del Estado, por qué perdemos tanto tiempo en
nimiedades y cometemos tantas torpezas evitables.
Veamos un ejemplo de la introducción.
El anumerisrno, o incapacidad de manejar cómodamente los conceptos fundamentales de número y azar, atormenta a demasiados ciudadanos que, por lo demás, pueden ser perfectamente instruidos. Las mismas personas que se enfadan cuando se confunden términos tales como "implicar" e "inferir", reaccionan sin el menor asomo de turbación ante el más egregio de los solecismos numéricos. Me viene a la memoria un caso que viví en cierta ocasión, en una reunión, donde alguien estaba soltando una perorata monótona sobre la diferencia entre "constantemente" y "continuamente". Más tarde, durante la misma velada, estábamos viendo las noticias en TV, y el hombre del tiempo dijo que la probabilidad de que lloviera el sábado era del 50 por ciento y también era del 50 por ciento la de que lloviera el domingo, de donde concluyó que la probabilidad de que lloviera durante el fin de semana era del 100 por ciento. Nuestro supuesto gramático no se inmutó lo más mínimo ante tal observación y además, cuando le hube explicado dónde estaba el error, no se indignó tanto, ni mucho menos, como si el hombre del tiempo se hubiera dejado un participio. De hecho, a menudo se presume del analfabetismo matemático, contrariamente a lo que se hace con otros defectos, que se ocultan: «A duras penas soy capaz de cuadrar mi talonario de cheques». «Soy una persona corriente, no una persona de números». 0 también: «Las mates siempre se me dieron mal».
Dejemos, pues, de ser anuméricos, o analfabetos en matemáticas, y veremos qué, según Douglas Hofstadter, autor de
Gödel, Escher, Bach (Metatemas 9), «nuestra sociedad sería totalmente distinta
si cualquiera pudiera entender realmente las ideas de este importante libro (…)
que podría constituir una auténtica revolución en la enseñanza de las
matemáticas». Y añade el gran Isaac Asimov: «Inteligente análisis de las
locuras que engendra la falta de comprensión de la ciencia y de las
matemáticas».
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