sábado, 24 de junio de 2017

CUENTO DE JUNIO: COMIENZAN LAS VACACIONES


                Terminadas las evaluaciones, noche de San Juan, podemos inaugurar oficialmente ya las vacaciones. Os dejo el siguiente cuento:

Mis padres discrepan. Se dedican a eso. No sólo discrepan. Discuten. Sobre cualquier cosa. Aún no estoy segura de entender que en algún momento dejaran de discutir el tiempo suficiente como para casarse, por no hablar de tenernos a mí y a mi hermana.

Mi madre cree en la redistribución de la riqueza y considera que el problema del comunismo es que no es lo bastante radical. Mi padre tiene una fotografía enmarcada de la reina en su lado de la cama y vota al partido más conservador que haya. Mi madre quería llamarme Susan. Mi padre quería ponerme Henrietta, como su tía. Ninguno de los dos cedió ni un ápice. Soy la única Susietta de mi colegio y, probablemente, del mundo. Mi hermana se llama Alismima, por motivos parecidos.

Nunca se ponen de acuerdo en nada, ni siquiera en la temperatura. Mi padre siempre tiene demasiado calor, y mi madre, demasiado frío. Cada vez que el otro sale de la habitación encienden y apagan los radiadores, y abren y cierran las ventanas. Mi hermana y yo nos pasamos todo el año acatarradas, y creemos que es muy probable que ése sea el motivo.

Ni siquiera se ponían de acuerdo acerca del mes en que nos iríamos de vacaciones. Papá decía que definitivamente en agosto, y mamá opinaba que sin duda alguna en julio. Y eso significaba que tendríamos que acabar haciendo las vacaciones en junio, lo cual no le iría bien a nadie.

Luego no se decidían con el destino. Papá estaba empeñado en hacer trekking con ponis en Islandia, mientras que mamá sólo estaba dispuesta a aceptar una caravana de camellos por el Sáhara, y ambos nos miraron como si fuéramos un poco tontas cuando sugerimos que nos gustaría mucho sentarnos en una playa del sur de Francia o en cualquier otra parte. Dejaron de discutir el tiempo suficiente para decirnos que eso no ocurriría, y que tampoco iríamos a Disneylandia, y a continuación volvieron a discutir entre ellos.

Pusieron fin al debate sobre el destino de nuestras vacaciones de junio dando muchos portazos y gritándose muchas cosas como «¡pues muy bien!» desde el otro lado de la puerta.

Cuando llegaron las inconvenientes vacaciones, mi hermana y yo sólo estábamos seguras de una cosa: no íbamos a ir a ninguna parte. Cogimos un montón de libros de la biblioteca, tantos como pudimos entre las dos, y nos preparamos para oír muchas peleas durante los diez días siguientes.

Entonces llegaron los hombres en furgonetas y trajeron cosas a casa y empezaron a colocarlas.

Mamá hizo instalar una sauna en el sótano. Esparcieron un montón de arena por el suelo. Colgaron una lámpara solar en el techo. Ella extendió una toalla en la arena bajo la lámpara solar y se tumbó encima. Tenía fotografías de dunas de arena y camellos pegadas a las paredes del sótano, pero acabaron despegándose por culpa del calor extremo.

Papá hizo que los hombres instalaran el refrigerador en el garaje (el refrigerador más grande que encontró, era tan grande que podías meterte dentro). Ocupaba tanto espacio en el garaje que tuvo que empezar a aparcar el coche en el camino. Se levantaba por la mañana, se abrigaba con un jersey de lana islandesa, cogía un libro, un termo lleno de chocolate caliente y bocadillos de pepino y Marmite, se metía allí por la mañana con una enorme sonrisa en la cara y no salía hasta la hora de cenar.

Me pregunto si habrá alguien más que tenga una familia tan rara como la mía. Mis padres nunca se ponen de acuerdo en nada.

—¿Sabías que mamá se pone el abrigo y se cuela en el garaje por las tardes? —me dijo mi hermana de repente, mientras estábamos sentadas en el jardín leyendo nuestros libros de la biblioteca.

Yo no lo sabía, pero esa mañana había visto a papá con el bañador y un albornoz bajando al sótano para estar con mamá, con una enorme sonrisa boba en la cara.

No entiendo a los padres. Sinceramente, no creo que nadie los comprenda.

Neil Gaiman

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