jueves, 5 de julio de 2018

LOPE EN EL CORRAL DE COMEDIAS



Todo estaba dispuesto a mitad de la tarde y la gente no había fallado a la cita. Las gradas estaban a rebosar para disfrutar de la representación, que anunciaba amores y desdichas, señores castellanos y decadentes emires nazaríes, y para gozo de los granadinos el personaje principal era un moro, que terminaba convirtiéndose al catolicismo, pero moro al fin y al cabo.
—Creo que por eso han dejado que la representemos, porque al final, además del amor, vence la cruz. —Lope daba las últimas órdenes—. ¡Atentos todos, y que haya suerte!
Gaspar, desde su silla en la galería, contaba mentalmente a los asistentes y se frotaba las manos con la entrada. No había habido incidentes, pero no podían descartarse; parte del público había entrado con nabos y zanahorias, repollos y también tomates. El apretador metía a toda prisa la gente en los bancos, achuchándolos. El mantenedor del orden, agitanado, estaba cerca de la puerta, dejando ver sin disimulo su recio garrote de limonero a los posibles alborotadores. Sonaron chirimías, el público se aquietó. El aire agitaba levemente el toldo y las llamas de los pebeteros, intercalando su sonido sibilante con el de la caída del chorrillo del agua de la fuente. Lope Félix de Vega Carpio subió al escenario vestido con un elegante gabán verde de gorgorán, ceñido con alamares y sobre él un capote de dos haldones con filo de terciopelo, espada lustrada en el cinto, borceguíes altos de calzado y montera ladeada en la cabeza, y todos callaron.
—En esta noche perlada que ya se cuaja de estrellas, traigo mi recuerdo de doña Ana de Piña, a quien oyéndola recitar en su jardín con tanta soltura y gracia unos versos tuve la certeza de que los años no traen la sabiduría a tantos que se dan de sabios, que ella, en su poca edad, ya lo parecía más que esos que esputan latines y griego más que para convencer, para hacer daño. Y por lo que me gustó le prometí que le dedicaría una comedia singular y que sería famosa. Singular, porque todos la aplaudirían salvo los envidiosos; y famosa, porque la llevaría a Granada, que aquí la disfrutarían más que bien. Señores y damas, os traigo la comedia en tres actos donde un moro toma la escena como primer actor, un noble de la corte de la Alhambra, un caballero sin igual. Os dejo con El hidalgo Bencerraje. ¡Y que haya suerte!
Gaspar hizo una señal. Entre el público estaba la compañía de Baltasar, que aplaudieron e hicieron vítores para calentar el ambiente, y los aplausos expectantes crecieron. Era un buen comienzo.
El público se enardeció ya en el primer acto cuando, en tiempo de los Reyes Católicos, sobre la escena, don Juan de Mendoza, sobrino del marqués de Santillana, robaba de palacio a una dama, doña Elvira de Vivero, y marchaba a refugiarse en Granada con ella disfrazada de paje. El rey moro Mahomad llegaba a descubrir que era mujer y se enamoraba de ella.

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