miércoles, 11 de julio de 2018

HACHIKO Y LA ESTACIÓN DE SHIBUYA



Los Ueno vivían muy cerca de la estación de Shibuya, de hecho, a tan pocas calles que si bien aquello era muy conveniente cuando tenían que ir al centro de Tokio, la contrapartida era que la casa temblaba durante todo el día a causa de los trenes que pasaban rozándola.

Desde el primer lunes del mes de marzo, unas semanas después de la llegada de Hachiko, se estableció una rutina muy especial. En cuanto el profesor de agricultura de la Toda¡ se levantaba, Hachiko lo miraba plantado en la cocina mientras él ponía a hervir el té. Luego le tocaba el turno a él y su amo le ponía el desayuno en un bol grande y rojo. Al terminar de engullirlo, hacia las ocho y media, el perro lo acompañaba a la estación de Shibuya y, cuando el profesor desaparecía entre el gentío, él regresaba a casa y lo esperaba hasta las cinco y cuarto. En aquel momento, y como si tuviese un reloj suizo en la cabeza y las dos orejitas fuesen las manecillas, comenzaba a rascar la puerta, y la señora Yaeko se la abría para que saliera disparado como un cohete hacia la estación. Y así un día tras otro, una semana y otra, la rutina se fue instalando en sus vidas. La cosa cambiaba los sábados, cuando el profesor decidía dar una vuelta por el parque Yoyogi o por los jardines de Chiyoda, muy cerca de los jardines imperiales. Entonces caminaban uno al lado del otro y Hachiko aprendía todo lo que hay que saber sobre flores, árboles, mariposas, niños, fiestas o los cotilleos de los vecinos del barrio.


PREMIO JOSEP M. FOLCH I TORRES 2014

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