FRANKENSTEIN. MARY SHELLEY
A fuerza de empeño y ciencia, los hombres hemos ido inventando las cosas más asombrosas: luz para ver en la oscuridad, alas para volar, proyectiles que pueden destruir una ciudad entera desde lejos, ríos domesticados que suben hasta un octavo piso y fluyen mansamente con sólo girar un grifo, bocinas para hablar desde casa con cualquiera en cualquier continente... y tantas herramientas más que probablemente tú conoces ya mejor que yo. Lo que aún ningún sabio ha logrado hacer es resucitar a los muertos o crear un ser humano en un laboratorio por medios artificiales. Devolver la vida o promoverla a partir de cero son habilidades supremas que nadie tiene, salvo los dioses o la Naturaleza. Quizá sea mejor así, ¿no te parece? Hay cosas con las que no conviene jugar...
A comienzos del siglo pasado, una jovencita tuvo una pesadilla y escribió la historia terrible de un científico que fabrica una criatura cosiendo pedazos de cadáveres. Aún peor: consigue que ese monstruo viva, sienta, piense e incluso que "hable". ¿Acaso habrá algo más espantoso que tener conciencia de que uno no es más que un experimento brotado de un cementerio, que no tenemos padres ni familia, que los demás seres humanos se horrorizan de nuestro aspecto y que nunca lograremos encontrar un semejante, un hermano? La criatura del doctor Frankenstein sabe todo eso y sin embargo tiene que seguir viva. Para los demás, la vida es un gozo o por lo menos una posibilidad de gozo; para la criatura, en cambio, es la peor de todas las condenas.
Ese pobre monstruo construido por el doctor Frankenstein comete muchas fechorías, desde luego. Siembra el pánico por donde pasa y hasta llega al crimen. Pero de todos los "malos" de la literatura, yo creo que es el que más justificación tiene para comportarse de forma abominable. Por favor, dime sinceramente lo que hubieras hecho tú en su lugar. ¿Puede alguien ser bueno cuando nadie te trata como a un semejante, cuando te toman por una caricatura horrible de un ser humano y no por un ser humano como los demás, cuando todo el que te mira siente un escalofrío o una invencible repugnancia? La propia criatura se lo explica muy bien a su inventor, diciéndole: "Soy malo porque soy desgraciado". El doctor Frankenstein no sabe qué contestarle porque la desolada criatura tiene mucha razón
No sé si a ti te pasará lo mismo, pero a mí el monstruo de Frankenstein me produce más compasión que miedo. Y hasta me causa una cierta temblorosa simpatía. ¡Está tan solo, tan "irremediablemente" solo! Hay en la novela de Mary Shelley un momento que provoca auténtico susto. Es de noche y el doctor Frankenstein duerme en su cama un sueño lleno de sobresaltos; de pronto se despierta, abre los ojos a la vaga luz de la luna y ahí mismo, junto a la cabecera, está la criatura: mirándole con mala cara... porque no tiene otra. Te confieso que cuando leí esa página por primera vez se me pusieron los pelos de punta: ¿quién no ha temido alguna vez despertarse en la cama y encontrar muy cerca algo o alguien amenazador? Pero luego se me pasó el sobresalto y sentí cierta emoción, imaginando a ese monstruo abandonado que nunca podrá dormir porque le han obligado a despertarse del sueño de la muerte.
La historia de Frankenstein y su criatura (a la que todos solemos llamar también "Frankenstein", como un hijo que recibe el apellido de su padre es un cuento de terror pero que encierra, al menos, dos lecciones de moral. La primera es que no todo lo que la ciencia sabe hacer tiene derecho a hacerse: sobre todo cuando se trata de enredar con la vida humana, inventando un pobre ser que viene al mundo no como fruto del amor de una pareja sino como resultado de un caprichoso experimento. La segunda lección es que antes de llamar "malo" a otro tenemos que intentar comprender sus circunstancias. ¿Acaso tenemos derecho a exigir que alguien sea bueno cuando no se le respeta ni se le quiere, cuando todos le huyen o le persiguen, cuando ninguno intenta remediar su desamparo? Nadie puede portarse humanamente si no le tratamos con humanidad: cualquiera al que los demás apartan como si fuera un monstruo terminará siendo un auténtico monstruo, de veras.
FERNANDO SAVATER
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