jueves, 20 de septiembre de 2018

CUATRO HISTORIAS



«Es solo un sueño», se dijo Conor, en el jardín trasero de su casa, mirando hacia arriba la silueta del monstruo recortada contra la luna. No se acababa de creer que hubiera bajado la escalera de puntillas, hubiera abierto la puerta de atrás y hubiera salido.
Seguía sintiéndose tranquilo. Lo cual era extraño. Esa pesadilla (porque seguro que era una pesadilla, por descontado que lo era) era tan distinta a la otra…
Para empezar no había terror, ni pánico, ni oscuridad.
Y sin embargo allí estaba el monstruo, tan claro como la noche más clara, diez o quince metros por encima de él, respirando pesadamente en el aire de la noche.
—Es solo un sueño —dijo otra vez.
—Pero ¿qué es un sueño, Conor O’Malley? —El monstruo bajó la cabeza hasta la cara de Conor—. ¿Quién dice que no es todo lo demás lo que es un sueño?
Cada vez que el monstruo se movía, Conor oía el crujido de la madera, como un quejido de su cuerpo gigantesco. Veía la fuerza de sus brazos, enormes cordadas de ramas que se retorcían dando forma a los músculos del árbol, unidos al enorme tronco que era el pecho, todo coronado por una cabeza y unos dientes que podría hacerlo trizas de un mordisco.
—¿Qué eres? —preguntó Conor abrazándose el cuerpo con fuerza.
—No soy un «qué» —refunfuñó el monstruo—. Soy un «quién».
—¿Quién eres entonces?
El monstruo abrió mucho los ojos.
—¿Que quién soy? —dijo, y luego gritó—. ¿Que quién soy?
Parecía que el monstruo seguía creciendo, cada vez era más alto y más ancho. Un viento súbito los rodeó, y el monstruo abrió los brazos tanto que parecía que le llegaban a horizontes opuestos, tanto que parecían lo bastante grandes como para abarcar el mundo.
—¡He tenido tantos nombres como años tiene el tiempo! —dijo con un rugido—. ¡Soy Herne el Cazador! ¡Soy Cernunnos! ¡Soy el eterno Hombre Verde!
El monstruo bajó uno de los brazos, atrapó a Conor y lo elevó en el aire; el viento se arremolinó en torno a ellos haciendo que las hojas que formaban la piel del monstruo se agitaran airadamente.
—¿Que quién soy? —rugió de nuevo—. ¡Soy la espina dorsal que sostiene las montañas! ¡Soy las lágrimas que lloran los ríos! ¡Soy los pulmones que respiran el viento! ¡Soy el lobo que mata al gran ciervo, el gavilán que mata al ratón, la araña que mata a la mosca! ¡Soy el gran ciervo, el ratón, la mosca que son comidos! ¡Soy la serpiente del mundo que se devora la cola! ¡Soy todo lo que no está domesticado y no se puede domesticar! —Acercó a Conor uno de sus ojos—. Soy esta tierra salvaje, y he venido a por ti, Conor O’Malley.
—Pareces un árbol.
El monstruo lo apretó hasta que Conor empezó a gritar.
—No echo a andar todos los días, muchacho, solo cuando es cuestión de vida o muerte. Y espero que se me escuche.
El monstruo aflojó la presión y Conor pudo respirar de nuevo.
—Vale, ¿y qué quieres de mí?
El monstruo esbozó una sonrisa diabólica. El viento se aplacó y sucedió la calma.
—Por fin —dijo—. La razón por la que he echado a andar.
Conor se puso tenso, de pronto tenía miedo.
—Esto es lo que pasará, Conor O’Malley —continuó el monstruo—: Vendré a ti de nuevo otras noches y… —Conor sintió que se le encogía el estómago, como si se estuviera preparando para recibir un golpe— te contaré tres historias. Tres historias de otras veces en las que tuve que echar a andar.
Conor pestañeó. Luego volvió a pestañear.
—¿Me vas a contar historias?
—Así es —dijo el monstruo.
—Bueno… —Conor miró a un lado y a otro sin dar crédito—. ¿Y qué clase de pesadilla es esa?
—Las historias son lo más salvaje de todo —tronó la voz del monstruo—. Las historias persiguen y muerden y cazan.
—Eso dicen siempre los profesores —dijo Conor—. Y tampoco los cree nadie.
—Y cuando yo haya terminado mis tres historias —continuó el monstruo, como si Conor no hubiera hablado—, tú me contarás a mí una cuarta.
Conor se revolvió en la mano del monstruo.
—No se me dan bien las historias.
—Tú me contarás a mí una cuarta —repitió el monstruo—, y será la verdad.
—¿La verdad?
—No una verdad cualquiera. Tu verdad.
—Vale —dijo Conor—, pero dijiste que antes del final pasaría miedo, y eso no da nada de miedo.
—Sabes que no es cierto —dijo el monstruo—. Sabes que tu verdad, esa verdad que escondes, Conor O’Malley, es lo que más miedo te da en el mundo.
Conor dejó de revolverse. No se referiría a… No podía ser que se estuviera refiriendo a… No podía ser que supiera eso.
No. ¡No! No le contaría nunca a nadie lo que pasaba en la pesadilla de verdad. Ni en un millón de años.
—Me la contarás —dijo el monstruo—. Pues esa es la razón por la que me has llamado.
Conor se sintió todavía más confundido.
—¿Que yo te he llamado? Yo no te llamé…
—Me contarás la cuarta historia. Me contarás la verdad.
—Y si no te la cuento ¿qué? —dijo Conor.
El monstruo volvió a esbozar su sonrisa diabólica.
—Entonces te comeré vivo. —Y abrió la boca hasta lo indescriptible, tanto que podría comerse el mundo entero, tanto que podría hacer que Conor desapareciera para siempre…

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