lunes, 17 de septiembre de 2018

LOS RENGLONES TORCIDOS DE LA PROGRAMACIÓN



Cuando el curso comienza hay que redactar un interminable mazo de folios por asignatura llamado programación. El motivo es que un ser siniestro y maligno llamado inspector puede aparecer el día menos pensado para exigirla y, según parece, las siete plagas de Egipto son una broma comparadas con lo que puede ocurrir si no está terminada.
Mentar las programaciones en un claustro de profesores es como hablar de España en casa de Puigdemont, de la República en el Palacio de la Zarzuela o de impuestos en el vestuario de un equipo de fútbol. Simplemente no caen bien. Creo que si a cualquiera de ellos se les apareciera en estos días el genio de la botella y le concediera tres deseos, el primero sería que le redactara las programaciones.
Algún veterano me ha confesado que antes se podían copiar de un año para otro cambiando solo las fechas, pero desde que los políticos se han empeñado en hacer una nueva ley de educación cada vez que salen de fiesta y se exceden con los gin-tonics ese truco ya no funciona. Por eso, circulan entre mesas y pasillos rumores acerca de misteriosas páginas de Internet en las que hay colgadas algunas de las que puede sacarse algún provecho.
Puesto que me ha costado un esfuerzo considerable captar el intríngulis del asunto (qué lindo era todo en el máster de educación) y además llevo una semana con dedicación exclusiva al tema, creo que al fin estoy en condiciones de desvelar el misterio de las programaciones.
Se supone que a lo largo de una extensión que puede oscilar entre cincuenta y cien páginas deben detallarse los datos de la asignatura, quién la imparte, en qué nivel y otros detalles menores. Hasta ahí, bien.
Después se contextualiza, esto es, se determina a qué tipo de alumnado va dirigida para adaptarla a él, como si Felipe V de mi corazón fuera material flexible fabricado con caucho. Luego se enumeran los objetivos de la etapa, o sea, qué se pretende conseguir de los jóvenes a final de curso. Si cito el primero que marca la ley creo que el lector entenderá los espinoso de la cuestión sin necesidad de extenderme en detalles innecesarios: «Ejercer la ciudadanía democrática desde una perspectiva global y adquirir una conciencia cívica responsable, inspirada por los valores de la Constitución Española, así como por los Derechos Humanos, que fomente la corresponsabilidad en la construcción de una sociedad justa y equitativa».
Tras leer el objetivo (cinco veces, por si comenzaba a sufrir trastornos serios de comprensión) las cejas se me empezaron a juntar y mi cabeza empezó a calibrar diversas posibilidades. En concreto una por lectura.
1. Quien redactó esto se excedió muy seriamente con los gin-tonics.
2. Lo hizo en plena resaca.
3. No ha pisado un centro educativo en su vida.
4. No tiene hijos adolescentes.
5. Todas las anteriores son correctas.
Más tarde se especifican los objetivos de la asignatura, que no son aprobarla con nota. No. Ojalá fuera tan simple. Para Historia de España, la cosa no mejora: «En su carácter formativo, subraya el desarrollo de técnicas y capacidades propias del pensamiento abstracto y formal, tales como la observación, el análisis, la interpretación, la capacidad de comprensión y el sentido crítico».
Ya cejijunto perdido, mis alarmas se disparan, porque no estoy muy seguro de saber hacer yo mismo lo que el chupatintas iluminado (achispado, quiero decir) me pide que enseñe a jóvenes de pantalón caído con tan fácil alegría. Desde luego, los profesores de estos políticos deberían admitir que no se esmeraron con sus programaciones. Claro, que como no era la misma ley...
A continuación deben enumerarse los temas (perdón, unidades didácticas) especificando el número de horas que se dedicará a cada uno. Así, de antemano, sin saber si en una clase tendrás cinco einsteins o diez descerebrados.
Aunque según me han contado, además del producto nacional bruto lo normal es enseñar todo eso a tres rumanos, cuatro ecuatorianos, un peruano, quizá algún moldavo o ucraniano, dos dominicanos y diversos chinos cuyo nombre nunca podrás recordar. Ni siquiera podré, me dicen, diferenciarlos por su voz ni por el sitio en el aula (consta que alguna vez se han cambiado y no se ha dado cuenta nadie)… Eso por no hablar de los que llegan de cualquier parte en enero o abril sin entender una palabra de español. Al parecer esos iban antes a un lugar llamado Aula de Enlace para aprender el idioma, pero el curso pasado la suprimieron por falta de presupuesto. En conclusión, más que bilingüe este instituto es decididamente el Aula de Enlace de la ONU.
El siguiente apartado de la programación lleva un título cautivador: «Criterios metodológicos y estrategias didácticas», o lo que es lo mismo, cómo carajo te las vas a apañar para que esos adolescentes con cascos en la cabeza adquieran, entre otras cosas, una conciencia cívica responsable inspirada en la Constitución Española y los Derechos Humanos.
Socorro.
El mamotreto obliga a precisar también cuántas pruebas se realizarán para poner la calificación, el valor de cada una, los mecanismos para recuperar en caso de no haber alcanzado los objetivos… Y termina con un epígrafe que lleva el pomposo título de «Estándares de aprendizaje». De eso no puedo hablar porque aún no sé lo que es.
Creo que mis compañeros tampoco, porque cuando les pregunto cambian de tema, se van con cualquier excusa o se empeñan en invitarme a café.
Ah, y un secreto más sobre las programaciones: existe la sospecha de que nadie las cumple y nadie (ni siquiera el siniestro inspector) las lee nunca.

Miguel Sandín, El Lazarillo de Torpes

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