viernes, 22 de junio de 2018

SOY UN PRINGAO



«Alberto es un chaval encantador, qué educado es Alberto, qué simpático es Alberto, qué generoso es Alberto, si vas con Alberto estoy tranquila... ».
Todas son frases habituales en mi vida. El tipo de comentarios que inspiro a las madres de mis amigas. A veces está bien caer en gracia: me invitan a merendar, me tratan bien, no discuten la hora de llegada. Otras, me da un poco de vergüenza, como cuando me revuelven el pelo o me pellizcan la mejilla, igual que cuando tenía cinco años.
Alguien debería escribir un manual que fuera de lectura obligada para padres y madres: «Hijos adolescentes: instrucciones de uso». El primer punto iría acompañado de una de esas señales amarillas de peligro: « Warning! Nunca trate a un adolescente como si fuera un niño de tres años. Puede ocurrir cualquier cosa».
Por lo general me gusta caer bien a las madres de mis amigas, pero a veces me pregunto cosas. Por ejemplo: ¿Por qué les gusto? ¿Es porque ellas también leen en mi cara que soy virgen? ¿O porque saco buenas notas? ¿Porque no bebo ni fumo ni me meto en líos? ¿Porque soy una buena influencia para sus hijas? En resumen, les gusto sobre todo por lo que no soy: no soy un bebedor, ni un gamberro, ni un drogadicto, ni un ladrón de bancos, ni un violador en potencia.
Solo hay tres problemas:
1.       Las hijas no suelen tener los mismos gustos que sus madres.
2.       Por lo general, las chicas piensan que los tíos que gustan a sus madres son unos pringados.
3.       Los pringados solo sirven para la amistad. Ninguna chica normal se enrollaría con un pringado.
Como soy un pringado, soy el amigo perfecto, el amigo universal, el amigo que todas desean tener. Inspiro confianza, soy simpático, sé escuchar, siempre sé qué palabra pronunciar si necesitan consuelo, tengo mucha paciencia y sé dar consejos sensatos.
¿Te pareces a mí? Entonces, ¿a qué esperas para convertirte en un pringado como yo? Aunque dudo mucho que me superes, la verdad.  He sido el mejor amigo, el confidente, el paño de lágrimas de todas las chicas que me han gustado, que hasta hoy han sido cinco (sin contar a Keiko). Todas ellas me han contado sus líos amorosos con otros tíos, sus dudas, sus desengaños y algunas veces incluso sus primeras relaciones sexuales. Y todo mientras yo seguía colgado por ellas.
La verdad es que todas ellas preferían chicos muy diferentes a mí. Chicos que no son vírgenes, que están siempre seguros de lo que hacen, que hablan y se ríen muy fuerte, sueltan muchas palabrotas, juegan a un montón de deportes, no son muy buenos estudiantes y salen cada viernes y cada sábado. A veces también saben hacer cosas increíbles, como colarse enuna discoteca sin tener la edad legal o dónde conseguir pastillas de diseño (y cómo tomarlas para que el colocón sea más fuerte). Todos esos chicos están siempre muy seguros de todo lo que hacen (aunque sea un desastre), especialmente con las chicas. La inseguridad es un gen que la evolución eliminó de su ADN.
Cuando noté que me estaba enamorando de Keiko (medio minuto después de conocerla), lo primero que pensé fue: ¿Cuánto tardará en darse cuenta de que soy un pringado y en contarme todos sus líos con otro tío, a quien odiaré más que a nada en el mundo?
También pensé: «Igual esta vez es diferente, porque Keiko es diferente».
En realidad, fue diferente. Keiko tardó más que el resto de mis amigas en darse cuenta. Unos dos meses y medio.
Pero fue porque antes desapareció.

Care Santos, 50 Cosas sobre Mí

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