martes, 7 de junio de 2016

LA MEMORIA DE UN JUGLAR


Apenas unas horas más tarde, la casa de Martín bullía de vida. Habían acudido cinco o seis juglares, pero armaban más ruido que veinte. Con sus ropas de colores y sus instrumentos musicales recorrían el salón saludándose unos a otros, presentando sus respetos al maestro y relatando sus últimas hazañas. Mattius se había unido a ellos, con una serena sonrisa en los labios. (…)
Los juglares habían terminado de contar noticias. Guiados por Martín, comenzaron a recitar cantares y relatos que habían aprendido recientemente.
Michel y Lucía nunca habían visto nada semejante. El espectáculo de los juglares ampliando su repertorio, preguntándose unos a otros acerca de tal o cual canción o leyenda, escuchando con atención para memorizar letras ritmos, melodías..., era impresionante.
Siempre se había menospreciado el oficio de juglar. Se decía que el juglar lo era por rebeldía o necesidad. Antes de conocer a Mattius, a Michel no podía pasarle por la cabeza la idea de que hubiera juglares por vocación.
Así pasaron algunas horas. Ya era noche cerrada cuando María trajo la cena para todos y se tomaron un descanso.
—Esto es sorprendente —le dijo Michel a Martín—. Alguien debería ponerlo todo por escrito.
El maestro se sintió ofendido.
—¿Por escrito? ¿Por qué? ¿No te fías de nuestra memoria?
—No, no quería decir eso. Pero debería conservarse para... para cuando vosotros ya no estéis. Puede que otros no tengan tan buena memoria.
—No es buena idea. Un cantar está para ser cantado. Si lo escribes, la gente que lo lea en un futuro no conocerá la música, los gestos, la actuación... Un cantar no es sólo la letra. Poner por escrito algo que circula por el aire es como encerrar un pájaro silvestre en una jaula.
Michel no estaba de acuerdo.
—Pero alguien tuvo que escribir el cantar antes de que los juglares lo recitaran. ¿Quién fue el primero?
—Eso no importa. La gente quiere escuchar el poema, no saber quién lo escribió. Y ten por seguro que un juglar sólo conserva un manuscrito hasta que se lo ha aprendido de memoria.
—Pero sería más fiel al original si permaneciera escrito.
—¿Fiel? Los cantares son como gotas de agua. Cambian según la forma del recipiente. No importa el recipiente; el cantar seguirá siendo en esencia el mismo, aunque cada juglar lo recite de manera diferente. Ninguna de las versiones es la verdadera, y todas lo son.
Esto dejó muy confundido a Michel.
—Pero tuvo que haber un original...
—Mira, chico —cortó Martín, que empezaba a perder la paciencia—. No hay ningún amanuense dispuesto a copiar la mitad de las historias que conocen los hombres que están hoy aquí reunidos. Y no existe suficiente pergamino, papel ni vitela en toda Europa para escribir todo lo que sabemos en el gremio de juglares.
Michel enmudeció. Aunque la afirmación del maestro le parecía un tanto exagerada, tenía razón en cuanto a que los manuscritos eran un bien sumamente escaso. Los sabios sólo prestaban atención a los cantares cuando éstos relataban acontecimientos históricos importantes; entonces, si no existía otra fuente, los incorporaban a sus crónicas.
Mattius había oído por casualidad parte de la conversación y sonrió. Martín y Michel pertenecían a dos culturas distintas. El joven monje había crecido entre libros; el veterano juglar, aunque sabía leer, prefería confiar más en su oído y en su memoria que en la palabra escrita.

Laura Gallego, Finis Mundi
PREMIO CERVANTES CHICO 2011 

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