miércoles, 3 de febrero de 2021

COMPARTIR EL CONOCIMIENTO


Axlin casi había olvidado la desconcertante conversación que había escuchado entre el líder del enclave y su miembro de mayor edad cuando, días después, el propio Oxis llamó su atención una mañana, mientras tendía la ropa al sol.

—Ven conmigo —le dijo con cierta brusquedad.

—¿Cómo...?

—Vamos, sígueme.

Se dio la vuelta sin esperar respuesta y echó a caminar, muy despacio, apoyándose en su bastón. Axlin dejó el cesto de la ropa en el suelo y se apresuró a ayudarlo sosteniéndolo por el otro brazo, pese a que también a ella le costaba mantener el equilibrio. Así, muy lentamente, llegaron hasta la cabaña de Oxis.

La niña lo ayudó a acomodarse sobre la silla y se dio la vuelta para marcharse, creyendo que aquello era lo único que el anciano quería de ella.

—Espera, no te vayas —dijo él—. Ven.

Axlin se acercó, intrigada. Oxis alcanzó algo que reposaba sobre una mesita, y ella comprobó con sorpresa que se trataba del mismo objeto que había despertado su interés en su última visita.

Oxis lo alzó en alto para que lo viera bien.

—Esto, jovencita —anunció con gravedad—, es un libro. El único que tenemos en el enclave, por el momento.

—Libro —repitió Axlin; aquella palabra no significaba nada para ella.

—Sirve para anotar cosas en sus páginas. Para que otros puedan leerlas más adelante.

Anotar. Páginas. Leer. Eran tantos conceptos nuevos que el rostro de Axlin se tiñó de confusión. Oxis meneó la cabeza con un suspiro y la invitó a sentarse junto a él.

Entonces le mostró el libro con detalle y le habló de la escritura, de cómo se podía plasmar información en aquel objeto mediante un código que otras personas compartían; de cómo los hechos, los pensamientos y las conversaciones podían ser descritos allí para que otros los interpretaran tiempo después.

Le mostró las páginas del volumen, ya amarillentas y llenas de letras que formaban palabras, que a su vez componían frases, que se combinaban para conservar información vital para el enclave.

—En este libro, Axlin —concluyó Oxis, pasando las páginas con cuidado—, otras personas antes que yo, generación tras generación, han registrado los acontecimientos más importantes de la aldea, desde hace más de cien años. Los nacimientos, las muertes, los ataques de los monstruos, las visitas de los buhoneros y las noticias que nos traen de otros lugares más allá de la empalizada. Aquí está todo el saber que nosotros no somos capaces de recordar; aquí lo guardamos para nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, y los hijos de los hijos de nuestros hijos; por si morimos antes de que crezcan lo suficiente como para poder escucharlo de nuestros propios labios.

Axlin contempló el libro con respeto, aunque aún le costaba imaginar cómo un objeto tan pequeño podía contener tantas cosas.

—Yo soy el guardián del libro —prosiguió Oxis—. También me llaman el escriba. Antes había uno en cada enclave, o incluso varios, pero ahora quedamos muy pocos, porque es más práctico aprender a luchar que aprender a leer. Y si yo no hubiese quedado tullido hace años, probablemente mi antecesor no habría escogido a ningún aprendiz, y su conocimiento habría muerto con él.

—Pero está en el libro —señaló Axlin, que aún trataba de entender cómo funcionaba aquella magia extraña.

—Sí, pero no sirve de nada si no lo sabes interpretar. Dime, ¿tú sabes leer?

La niña contempló los signos del libro casi hasta quedarse bizca, esperando que su contenido le fuese revelado de alguna manera; por fin sacudió la cabeza, decepcionada.

—Nadie sabe leer en este enclave —la consoló Oxis—. Nadie, salvo yo. Así que, por el momento, cuando escribo en el libro, lo hago sabiendo que solo yo lo puedo leer; y, cuando yo muera, nadie más podrá. A no ser que hagamos algo para evitarlo, naturalmente.

Se quedó mirando a Axlin con fijeza, y ella se removió, nerviosa.

—¿Qué quieres decir?

Entonces Oxis sonrió, y le formuló la pregunta que cambiaría su vida para siempre:

—¿Te gustaría aprender a leer y a escribir, Axlin, para ser la próxima escriba de la aldea?

Ella se sorprendió al principio; entonces recordó que el anciano ya había hablado de ese tema con Vexus, cuando pensaban que ella no los oía. Aun así, dado que no había vuelto a pensar en ello, no supo qué contestar.

—Yo...

—¿Te gustaría? —insistió él.

Axlin volvió a mirar el libro. Sentía curiosidad por saber qué secretos podría revelarle. Se le ocurrió una idea.

—¿En este libro se habla de las pelusas?

Oxis le dirigió una mirada penetrante, como si quisiera desentrañar la intención que se escondía tras aquella cuestión.

—Por supuesto —respondió por fin—. Por desgracia, se han llevado a muchos de nuestros niños, desde que tenemos memoria.

Axlin asintió lentamente, pensando.

—¿Y de los chupones? ¿Habla de los chupones?

En esta ocasión, fue Oxis quien se sorprendió.

—¿Los chupones?

—Son unos monstruos que había en el enclave donde vivían Ixa y Rauxan.

Él la miró pensativo.

—Es posible —reconoció—. No me sé el libro de memoria.

—Pero ¿Umax no te lo contó? ¿No te habló de los monstruos que atacaron su aldea?

—Los escuálidos, sí. Hay algo de información sobre ellos en alguna parte.—Siguió contemplando a Axlin con mayor curiosidad—. Es cierto que antes se compartía ese conocimiento; algunos escribas anotaban detalles sobre monstruos desconocidos en estas tierras, pero yo no lo suelo hacer. No vale la pena, ¿sabes? Ya tenemos bastante con nuestros propios monstruos, y quedan pocas páginas en blanco; no podemos llenarlas de cosas inútiles.

«A mí no me parecen inútiles», pensó Axlin. Desde la llegada de los forasteros, había soñado a menudo con los chupones y los escuálidos, y le angustiaba la idea de que el enclave no estuviese preparado para enfrentarse a ellos. Si ni siquiera habían encontrado aún la forma de salvar a niños como Pax de monstruos con los que llevaban siglos conviviendo, ¿cómo se defenderían de criaturas a las que no conocían?

—Yo quiero saber —dijo solamente.

Oxis sonrió de nuevo.

—No necesitas más para ser mi aprendiz. Enhorabuena, Axlin; si eres aplicada y prestas atención, algún día serás la escriba del enclave.

A pesar de que nunca antes había oído hablar de los escribas, las mejillas de la niña se arrebolaron. «Voy a ser escriba», se dijo. Y sonrió por primera vez en muchos días.

Laura Gallego, El Bestiario deAxlin

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