domingo, 14 de febrero de 2021

EL MAYOR BESO

 


Oscurecía cuando oyó unos pasos delante de su puerta. Llamaron. Buttercup se secó los ojos. Volvieron a llamar.

—¿Quién es? —preguntó finalmente Buttercup con un bostezo…

—Westley.

Buttercup se repantingó en la cama.

—¿Westley? —preguntó—. Conozco yo a algún West… ¡Ah, sí, muchacho, eres tú, qué gracioso! —Se dirigió a la puerta, corrió el cerrojo y con un tono más afectado, le dijo—: Me alegro mucho de que hayas pasado por aquí, porque me he sentido fatal por la broma que te gasté esta mañana. Claro que ni por un momento pensaste que iba en serio, al menos creí que lo sabrías, pero después, cuando empezaste a cerrar la puerta, por un terrible instante, creí que tal vez había llevado demasiado lejos la broma, pobrecillo, podrías haber creído que te decía en serio lo que te dije, aunque ambos sabemos que es imposible que eso llegue a ocurrir nunca.

—He venido a despedirme.

El corazón de Buttercup dio un vuelco, pero ella continuó con el tono afectado.

—¿Quieres decir que te vas a dormir y que has venido a darme las buenas noches? Qué atento de tu parte, muchacho, demostrarme que me has perdonado por la broma de esta mañana; agradezco tu delicadeza y…

—Me marcho —la interrumpió.

—¿Te marchas? —El suelo comenzó a estremecerse. Ella se aferró al marco—. ¿Ahora?

—Sí.

—¿Por lo que te dije esta mañana?

—Sí.

—Te he asustado, ¿verdad? Me tragaría la lengua. —Meneó la cabeza una y otra vez—. De acuerdo, pues; has tomado una decisión. Pero ten presente una cosa: cuando ella haya acabado contigo, no te aceptaré, aunque me lo supliques.

Él se la quedó mirando.

—Como eres hermoso y perfecto —se apresuró a agregar Buttercup—, te has vuelto vanidoso. Piensas que no se cansará de ti, pues te equivocas, lo hará, además eres demasiado pobre.

—Parto para América. A hacer fortuna. —(Esto ocurrió poco después de que existiera América, pero mucho después de que existiesen las fortunas)—. Pronto zarpará un barco de Londres. En América hay grandes oportunidades. Voy a aprovecharme de ellas. He estado preparándome. En mi choza. He aprendido a no dormir casi. Conseguiré un trabajo de diez horas diarias y después otro trabajo de otras diez horas diarias y ahorraré hasta el último céntimo que gane, salvo lo que necesite para mantenerme fuerte, y cuando haya reunido suficiente, compraré una granja y construiré una casa y haré una cama lo bastante grande como para que quepan dos personas.

—Estás loco si te crees que ella será feliz en una granja destartalada de América. Y menos con lo que gasta en trajes.

—¡Deja de hablar de la condesa! Hazme ese favor especial. Antes de que me vuelva locoooooo.

Buttercup le miró.

—¿Es que no entiendes nada de lo que está pasando?

Buttercup meneó la cabeza.

Westley también sacudió la cabeza y le dijo:

—Supongo que nunca has sido la más brillante.

—¿Me amas, Westley? ¿Es eso?

No podía dar crédito a sus oídos.

—¿Que si te amo? Dios mío, si tu amor fuera un grano de arena, el mío sería un universo de playas. Si tu amor fuera…

—Oye, la primera no la he entendido bien —le interrumpió Buttercup. Comenzaba a entusiasmarse—. Vamos a ver si me aclaro. ¿Estás diciendo que mi amor es del tamaño de un grano de arena y que el tuyo es esa otra cosa? Es que las imágenes me confunden tanto que… ¿Es tu universo de no sé qué más grande que mi arena? Ayúdame, Westley. Tengo la impresión de que estamos al borde de algo tremendamente importante.

—Durante todos estos años he permanecido en mi choza por ti. He aprendido idiomas por ti. He fortalecido mi cuerpo porque creí que podría halagarte un cuerpo fuerte. He vivido toda la vida rogando porque llegase el día en que te fijaras en mí. En estos años, cada vez que posaba en ti mis ojos, el corazón me latía desbocado en el pecho. No ha pasado ni una sola noche sin que me durmiera viendo tu rostro. No ha pasado ni una sola mañana sin que tu imagen aleteara tras mis párpados al despertar… ¿Has logrado entender algo de lo que acabo de decirte, Buttercup, o quieres que siga?

—No pares nunca.

—No ha pasado…

—Westley, si me estás tomando el pelo, te mataré.

—¿Cómo puedes soñar siquiera que te esté tomando el pelo?

—Es que no me has dicho que me quieres ni una sola vez.

—¿Es todo lo que necesitas? Sencillo. Te quiero. ¿De acuerdo? ¿Quieres que te lo diga en voz más alta? Te quiero. ¿Quieres que te lo deletree? T, e, q, u, i, e, r, o. ¿Quieres que te lo diga al revés? Quiérete.

—Ahora sí me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—Puede que un poco; hace mucho tiempo que te lo digo, pero tú no querías escucharme. Cada vez que tú me decías: «Muchacho, haz esto», te parecía que yo te contestaba: «Como desees», pero era porque no me oías bien. «Te quiero» era lo que en realidad te decía, pero tú nunca me escuchaste, jamás.

—Te oigo ahora, y te prometo una cosa: nunca amaré a otro. Sólo a Westley. Hasta que muera.

Él asintió, y dio un paso atrás.

—Pronto enviaré a alguien a buscarte. Créeme.

—¿Mentiría acaso mi Westley?

Retrocedió otro paso.

—Se me hace tarde. Debo marcharme, es preciso. El barco no tardará en zarpar y Londres está lejos.

—Entiendo.

Westley tendió la mano derecha. A Buttercup le costaba respirar.

—Adiós.

Ella logró levantar la mano derecha hacia la de él. Se estrecharon las manos.

—Adiós —repitió él.

Ella asintió levemente.

Él retrocedió otro paso, pero no se volvió. Ella le observó.

Él se volvió.

Las palabras le salieron de un tirón:

—¿Te marchas sin un solo beso?

Se abrazaron.

Han habido cinco grandes besos desde el año 1642 d. C.: cuando el descubrimiento accidental de Saúl y Delilah Korn se propagó por la civilización occidental. (Antes de esa fecha, las parejas solían enlazar los pulgares.) La estimación exacta de los besos es algo terriblemente difícil, y a menudo provoca grandes controversias, porque si bien todos coinciden en la fórmula de afecto, pureza, intensidad y duración, nadie se ha sentido nunca completamente satisfecho con el peso que ha de darse a cada elemento. Cualquiera que sea el sistema de estimación empleado, existen cinco besos que todos consideran merecedores de la máxima puntuación.

Pues bien, éste los superó a todos.

William Goldman, La Princesa Prometida

 

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