miércoles, 10 de octubre de 2018

¿GATOS?


La señora Juana Rayas no podía explicar por qué tenían alas sus cuatro hijos.
—Supongo que el padre fue uno de esos que vuelan mucho de noche —dijo un vecino y se rió con voz burlona, mientras revolvía el volquete.
—Tal vez tienen alas porque, antes de que nacieran, yo soñé que sabía volar, que podía escaparme volando de este barrio —dijo la señora Juana Rayas—. Thelma, tienes la cara sucia; lávate. Rogelio, deja de golpear a Jaime. Jacinta, cuando ronroneas tienes que cerrar un poco los ojos y acariciarme con las patas delanteras; sí, así está mejor. ¿Cómo está la leche esta mañana?
—Muy buena, mamá, gracias —le contestaron los cuatro con alegría.
Eran buenos hijos y estaban muy bien criados. Pero aunque no lo decía, la señora Rayas estaba muy preocupada por ellos. En realidad vivían en un barrio terrible, que estaba empeorando.
Ruedas de autos y de camiones que pasaban todo el día, basura y más basura en las calles, perros hambrientos, infinidad de zapatos y botas que caminaban, pisaban, pateaban, ningún lugar seguro y tranquilo y cada vez menos para comer.
La mayoría de los gorriones se había mudado a otros sitios. Las ratas eran feroces y peligrosas; los ratones, astutos y esqueléticos.
Así que las alas de sus hijos eran la menor preocupación de la señora Rayas. Lavaba esas pequeñas alas todos los días y también las caras y las patas y las colas de sus hijos, y de vez en cuando se hacía preguntas sobre las alas pero tenía demasiado trabajo buscando comida y criando a la familia como para pensar mucho en las cosas que no entendía.
Sin embargo, cuando el perro grande persiguió a la pequeña Jacinta, la arrinconó detrás de la basura y se lanzó contra ella con las mandíbulas abiertas y pobladas de dientes blancos, y Jacinta, con un solo maullido desesperado voló y pasó por encima de la cabeza del perro y aterrizó en un tejado, la señora Rayas entendió.
El perro se fue gruñendo con la cola entre las patas.
—Baja ahora, Jacinta —llamó la madre—. Bajen, chicos. Vengan por favor. Quiero hablar con todos.
Los cuatro gatitos bajaron hacia el volquete. Jacinta seguía temblando. Los otros ronronearon y se frotaron contra ella hasta que se calmó, y entonces la señora Rayas dijo:
—Chicos, antes de que ustedes nacieran tuve un sueño, y ahora entiendo lo que quiere decir. Éste no es un buen lugar para crecer, y ustedes tienen alas para escaparse volando a otra parte. Yo quiero que lo hagan. Sé que estuvieron practicando. Vi a Jaime volando por encima del callejón anoche, y sí, te vi a ti zambulléndote en picada, Rogelio. Creo que ya están preparados. Quiero que cenen y se vayan muy lejos.
—Pero mamá… —dijo Thelma y se puso a llorar.
—Yo no quiero irme —dijo la señora Rayas—. Yo trabajo aquí. El señor Tomás Gatazo me propuso matrimonio anoche y pienso aceptarlo. No quiero que ustedes, chicos, estén cerca.
Todos los chicos lloraron pero sabían que así debe ser en las familias de los gatos. También se sentían orgullosos de que su madre pensara que ya podían cuidarse solos. Así que cenaron todos juntos del cubo de basura que había tirado el perro. Después, Thelma, Rogelio, Jaime y Jacinta ronronearon sus adioses a su mamá y uno tras otro desplegaron las alas y volaron hacia arriba, por encima del callejón, por encima de los techos, lejos.
La señora Juana Rayas los miró marcharse. Tenía el corazón lleno de miedo y de orgullo.
—Son chicos increíbles, Juana —dijo el señor Tomás Gatazo con su voz suave, profunda.
—Los que vamos a tener juntos también van a ser increíbles, Tomás —dijo la señora Rayas.

Ursula K. Le Guin, Los Alagatos

No hay comentarios:

Publicar un comentario