Tengo suerte. Soy el tipo con más suerte del mundo. Estoy saliendo
con Arwen, hija de Elrond, descendiente de Luthien, estrella de la tarde. Dios,
me siento como Aragorn...
Aunque Ana no es Arweri. Es mejor gire Arwen. Y no sé si estoy
saliendo con ella. Quiero decir, ¿eso cómo se sabe? Hemos ido al cine. Y al
salir nos tomamos una hamburguesa en el centro comercial. Creo que a ella no le
gustó mucho, pero no tenía dinero suficiente para invitarla a una pizza. Me
dijo que la próxima vez que quedemos pagará ella. Yo le dije que no, que
pagaríamos a medias. No fue incómodo, todo lo contrario. Fue fácil.
Y quedó claro que habría una próxima vez. ¡Ella lo dijo!
Eso significa que no le he parecido un patán sin remedio. Es muy
buena señal. Creo.
Yo lo único que sé es que quiero hacerlo bien. Es la primera vez
que me siento así con una chica. El año pasado, en la fiesta de fin de año,
Clara y yo nos besarnos. O más bien, ella me besó, y a mí me encantó, y
luego... No pasó mucho más. Estábamos con otra gente del instituto. Creo que
ella esperaba que después de aquel beso yo la llamase. Pero no la llamé. Clara
es una tía simpática, y me cae bien, pero pensar en salir con ella era como
pensar en tener que estudiar todos los días de tu vida una materia que te
aburre bastante. No es algo que te apetezca hacer así, de primeras.
Ana es diferente. Es mágica. Todo en ella es mágico. Entiendo que
a muchos en el instituto les parezca rara. Tiene una forma un poco especial de
hablar, repitiendo de vez en cuando alguna palabra, como si quisiera asegurarse
de que no pase desapercibida. Y también, a veces, te pregunta algo que acabas
de decir como si no te hubiera oído. A lo mejor es que no oye bien, pero no sé,
a mí me da la impresión de que no se trata de eso.
De todas formas, se expresa con tanta viveza que es como si te
arrastrase a un mundo donde los colores fuesen más brillantes que en el
nuestro, sobre todo cuando habla de cosas que le gustan, como el Antiguo
Egipto. Creo que eso fue lo que me cautivó cuando oí su exposición de clase:
que fuese capaz de apasionarse tanto por unas gentes que vivieron hace miles de
años. Lo entendí; su forma de hablar hizo que lo entendiera.
Es como lo que me pasa a mí con El Señor de los Anillos. Es mucho
más que «un gran cuento épico», como leí una vez que decía un crítico. Es más
que una historia; es un mundo. Un mundo inmenso, inabarcable, tanto que se
parece más a un mar que a un río (hemos estudiado la novela-río en clase, y a
mí se me ocurrió esta comparación, pero no lo dije en voz alta, por supuesto.
De todas formas, seguro que algún especialista en literatura se ha inventado ya
eso de la novela-mar antes que yo. Tengo que buscarlo en internet),
Vi las tres películas de El Señor de los Anillos cuando tenía ocho
o nueve años y me enamoré para siempre de la Tierra Media. Pero yo no sé
explicar lo que me hace sentir como lo explicaría Ana... No es solo que me
falten las palabras, es sobre todo que me falta el valor para pronunciarlas.
Aun así, hablamos del libro y de las películas. ¡Ella no las ha
visto! Y tampoco ha leído el libro de Tolkien, aunque le encanta leer. ¡Qué
suerte tiene!
A mí me encantaría volver a leer por primera vez El Señor de los
Anillos. Ahora que sé que Ana lo va a leer, no hago más que acordarme de mis
pasajes favoritos. Intento imaginar qué sentirá ella cuando los lea, y es como
si yo también los estuviese descubriendo de nuevo. A veces me viene una frase
de Aragorn o de Gandalf a la cabeza y se me llenan los ojos de lágrimas.
Le ofrecí prestarle mis ejemplares de las tres novelas, pero ella
dijo que prefería comprárselas. Espero que eso no signifique que no quiere
aceptar nada mío por ahora. A mí me habría gustado dejarle mis libros. No sé, a
lo mejor el lunes en el instituto se lo vuelvo a proponer.
Me pregunto cómo será a partir de ahora en la clase. ¿Lo
mantendremos en secreto? ¿Hablaremos entre nosotros como si no hubiese pasado
nada?
En realidad, no ha pasado nada. No me he atrevido ni siquiera a
darle un beso en la mejilla.
A lo mejor piensa que soy un idiota, pero es que no quería forzar
las cosas. Creo que Ana es tímida.
De momento, lo único que me importa es que se sienta a gusto
conmigo.
Ana Alonso y Javier Pelegrin, El Sueño de Berlín
Premio Anaya Juvenil 2015
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