jueves, 23 de abril de 2015

LA ESCAPADA

                  
                 23 de abril.

          Día del Libro; para celebrarlo traigo este relato basado en la figura de Don Quijote de Antonio Pascual Lázaro, autor dque comienza ahora a publicar, pero con historias muy interesantes que contar, como las que podéis encontrar en su libro Relatos para Gente Normal.

Aquel día, harto de estar atrapado entre unas tapas duras sin que nadie las abriera, Don Alonso Quijano decidió salió de su largo encierro, se deshizo de los cientos de páginas que le acorralaban y a duras penas, se desplazó por la estantería.
Miró hacia atrás y leyó el titular impreso en el lomo del libro donde había estado alojado: “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” escrito por Miguel de Cervantes Saavedra. Dedujo que por su origen manchego, por su hidalguía y por la semejanza verbal entre Quijano y Quijote, podría ser él su protagonista. Recordó a su escudero Sancho, a su caballo Rocinante y a su amada, la sin par doncella Doña Dulcinea del Toboso y comprobó las lejanas posibilidades que tenía de volver a entrar en su encierro para liberarlos.
Se encontraba en el extremo de una estantería alta, de difícil acceso, en la última balda del mueble. Esa donde se colocan los libros más preciados que no se prevé leer ni consultar en la vida.
Estaba terriblemente fatigado. Los esfuerzos por deshacerse de todos los impedimentos y abrir la rendija suficiente para poder escaparse le estaban pasando factura. Además, en el intento, había perdido su lanza y su adarga, así como su famoso yelmo de Mambrino, esa bacinilla de barbero que solía portar sobre su cabeza.
Se desplazó por el aparador mientras leía los títulos de los volúmenes que estaban grabados en sus lomos, “Divina Comedia”, “Cumbres Borrascosas”, “Cien Años de Soledad”, “Crimen y Castigo”, “Madame Bovary”, “Guerra y Paz” y otros clásicos de la literatura mundial.
Miró hacia abajo y encontró una estantería con ejemplares de distintos tamaños y colocados de una manera más informal. Esos libros parecía que gozaban de una vida más dinámica y que eran manoseados, cambiados de sitio y leídos con cierta frecuencia.
Descendió con cuidado por un extremo de la balda. Ya no estaba para demasiados trotes, a su escualidez innata se unía una musculatura atrofiada por los años de inmovilidad forzosa atrapado entre las tapas rojas de su libro.
Recorrió el estante con curiosidad. Eran Premios Planeta y otros libros de autores de gran prestigio aunque menos conocidos, obras menores en relación con los del estante superior. La mayoría de tapas duras y tamaño estándar de novela. Caminó despacio mientras leía sus títulos y sus autores tratando de imaginar las mágicas historias que encerraban.
Más abajo descubrió la estantería de uso cotidiano, la que siempre se encuentra a la altura de la vista y de las manos de su dueño. Descendió con mucho mas esfuerzo, el agotamiento y la fatiga se le estaba acumulando y sus piernas le flaqueaban por momentos. A punto estuvo de dar con sus huesos en el suelo, solo le salvó la agilidad propia de su extrema delgadez.
Allí olía más a libro, a tinta impresa, nada que ver con ese horrible olor a polilla que había soportado durante tantos años. La mayoría de ejemplares eran novelas de tapas blandas, de tamaños dispares, muchos eran ediciones de bolsillo, de rastro de mañana de domingo en la Plaza Mayor de la ciudad.
Paseó lentamente de un extremo a otro de la estantería, saboreando el aroma intenso que añoraba, fijándose en los autores y títulos que llamaban su atención y disfrutando al observar el desgaste propio de su uso. Pensaba en lo que le hubiera gustado haber sentido que las páginas donde se alojaba se hubieran agitado a la caricia de unos dedos y haber sentido unos ojos clavados en cada una de sus páginas.
Alguno de los libros de ese estante llamó poderosamente su atención, como uno que parecía el más sobado de todos, “Ambiciones y Reflexiones”. Por el título dedujo que sería un tratado de filosofía. Estaba escrito por una tal Belén Esteban, una autora completamente desconocida para él. Alonso supuso que sería una gran psicóloga o filosofa española del siglo XXI.
Mientras paseaba, no podía dejar de pensar en su compañero Sancho y en alguno de los vecinos de su pueblo, como el Bachiller Sansón Carrasco que nunca aprobó su vida dedicada íntegramente al triunfo de la honradez sobre la sinrazón y la injusticia.
Aunque andaba ensimismado en sus pensamientos, pudo oír a lo lejos unos tremendos chillidos que procedían de un libro de tapas azules titulado “Los malos días de Arsenio Benítez”. Se acercó y pudo escuchar nítidamente una voz varonil que gritaba lo siguiente:
-¡Cacho puta!, no me esperaba esto de ti, después de todo lo que te he ayudado y me pones los cuernos con Raúl. ¡Cabrona!- rugía el tal Arsenio Benítez mientras todo daba a entender que estaba golpeando a una muchacha.
Don Quijote, nuestro personaje, pensó que no debía tolerar esa infamia, abrió una rendija separando las tapas del libro y exclamo:
-Soltad presto a esa damisela, ¡Malandrín!, que yo soy Don Quijote de la Mancha, llamado el Caballero de los Leones por otro nombre, a quien está reservado por orden de los santos cielos dar final feliz a esta aventura-.
-¿Quién es ese mamarracho? ¿Es algún amigo tuyo?- preguntó Arsenio a la muchacha.
-Suerte tenéis, bellaco, que en estas tristes circunstancias no cuente con mi lanza, mi adarga y la compañía de mi fiel escudero Sancho –replicó Don Quijote mientras se dirigía hacia Arsenio con decisión.
El protagonista de la novela salió a su encuentro y se entabló una desigual lucha cuerpo a cuerpo. Al primer embate, el Caballero de la Triste Figura acabó rodando por los suelos. Arsenio pateaba sin piedad la cabeza de Don Quijote que sangraba como un toro de lidia.
La muchacha no podía separarlos de ninguna manera y solo acertaba a gritar: “¡Déjalo, salvaje, que lo vas a matar!”.
Don Quijote, desde el suelo, seguía: “Dejad a esta doncella nacida de las entrañas de un libro, al igual que la bellísima Dorotea de Medici emergiendo de las aguas. Que ningún villano ose zaherir a moza de tan noble cuna”.
Arsenio siguió golpeando a Quijano al tiempo que sus patadas le hacían escurrirse por la estantería hasta que cayó al suelo de la estancia. Allí quedo Don Quijote tendido, boca arriba, inmóvil, con la cabeza llena de sangre que manaba de sus múltiples heridas.

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A la mañana siguiente, Don Mariano González de Castañeda, Marques de Castañeda, entró a su biblioteca y encontró su ejemplar de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” tirado en el suelo. Era un facsímil del siglo XVII de gran valor histórico y artístico con ilustraciones originales lacradas junto a las hojas de texto.
El libro estaba totalmente dañado, el golpe contra el suelo le había causado importantes lesiones en su encuadernación. Las hojas separadas del lomo y las ilustraciones esparcidas por los lados. Encima, se podía ver la estampa del Caballero de la Triste Figura con una mancha roja de lacre sobre su cara, con toda la sensación de estar herido de muerte.
Don Mariano no pudo saber la causa del destrozo. La empleada de la limpieza juraba y perjuraba que hacía días que no quitaba el polvo a los libros de la estantería superior y que ella ni sabía ni había visto nada. Al final la culpa se la llevó su nieto Ivancito, el más gamberro de todos ellos, aunque él, evidentemente, siempre lo negó.
El señor marqués nunca llegó a entender cómo un niño de siete años había llegado hasta allí arriba simplemente para destrozar el mejor libro de su biblioteca.
Pensó que la vida tiene cosas muy extrañas. Su biblioteca había sido testigo de una de ellas.

Antonio Pascual Lázaro, Relatos Para Gente Normal

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