jueves, 21 de febrero de 2019

MUERTE EN EL NILO


Estiro la mano para tomar mi cartera, que todavía está debajo del asiento de la ventanilla, y saco mi ejemplar de bolsillo de Muerte en el Nilo, de Agatha Christie. Lo compré en Atenas.

«Debe ser más o menos igual que la muerte en todas partes», me dijo el marido de Zoe cuando aparecí en el hotel de Atenas con el libro.

«¿Qué?», le dije yo.

«Tu libro», me dijo, señalando el ejemplar de bolsillo y sonriendo como si fuera un chiste. «El título. Me imagino que la muerte en el Nilo es igual que la muerte en todas partes».

«¿O sea?», le pregunté.

«Los egipcios creían que la muerte era muy similar a la vida», terció Zoe. Acababa de comprar Egipto Fácil en la misma librería. «Para los antiguos egipcios, el más allá era un lugar muy parecido al mundo que habitaban. Estaba presidido por Anubis, que juzgaba a los difuntos y decidía sus destinos. Nuestros conceptos del Paraíso Final no son otra cosa que refinamientos modernos de las ideas egipcias», dijo, y comenzó a leer Egipto Fácil en voz alta, lo cual puso fin a nuestra conversación. Por lo tanto, todavía no sé qué piensa el marido de Zoe que es la muerte, en el Nilo o en cualquier otro lado.

Abro Muerte en el Nilo y trato de leer, pensando que Hércules Poirot quizás lo sepa, pero el avión salta demasiado. Casi inmediatamente siento el estómago revuelto; después de media página y tres saltos más, lo guardo en el bolsillo del asiento, cierro los ojos y me pongo a fantasear con la idea de matar a alguien. Es un perfecto escenario estilo Agatha Christie. Ella siempre pone unas cuantas personas en una casa de campo o en una isla. En Muerte en el Nilo están en un barco a vapor que navega por el Nilo, pero el avión es mucho mejor. Las únicas personas aquí dentro, aparte de nosotros, son las azafatas y un grupo de turistas japoneses que aparentemente no hablan inglés, pues de lo contrario estarían arracimados alrededor de Zoe, pidiéndole que les indique cómo llegar a la Esfinge.

La turbulencia disminuye un poco y abro los ojos y estiro la mano para volver a tomar el libro. Lo tiene Lissa.

Lo tiene abierto, pero no está leyendo. Me está mirando a mí, esperando que yo me dé cuenta, esperando que yo diga algo. Neil parece nervioso.

—¿Ya habías terminado, verdad? —me dice ella, sonriendo—. No lo estabas leyendo.

En los libros de Agatha Christie todos tienen un motivo para cometer el asesinato. Y el marido de Lissa no para de beber desde que estábamos en París y Zoe no permite que su marido termine de pronunciar una sola frase. La policía podría pensar que el marido de Zoe enloqueció de repente. O que trató de matar a Zoe y que al disparar le acertó a Lissa por error. Y en el avión no hay ningún Hércules Poirot que les diga quién cometió realmente el crimen, que resuelva el misterio y les explique todos los acontecimientos extraños.

Connie Willis, Muerte en el Nilo

PREMIO HUGO 1994

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